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Dice que ha de ser vir bonus dicendi peritus; pero se ignora ó no se recuerda que los griegos exigieron antes para el poeta, como requisito indispensable, la misma calidad de ser varón excelente. Acaso Quintiliano no hizo más que ampliar la exigencia de los griegos y comprender en ella á los oradores.

¿Por qué vamos a suponer que el hombre que habla es más consciente de lo que hace que el hombre que tira tiros? Si Carlos Marx no hubiese escrito El Capital, los oradores socialistas, o no dirían nada, o dirían unas cosas muy distintas de las que dicen.

Y como para es evidente que nuestros poetas, artistas, oradores y escritores del día no desmerecen de los que tuvimos en otras edades ni tampoco están por bajo del nivel de los que florecen hoy en las otras naciones del mundo; y como para también es evidente, diga lo que diga el Sr.

No; es preciso enseñar al Rey cómo deben ser tratados sus viles instrumentos. Basta de contemplaciones. Ya era de esperar esto. Lleno está Madrid de agentes que se ingieren en las Sociedades secretas, pagan á algunos de los oradores más furibundos para que aticen los rencores del pueblo contra la autoridad constitucional. Ya ha llegado el instante supremo de su empresa diabólica.

Válganme para ello así lo que he aprendido por la lectura como lo que he visto en los muchos años que he peregrinado y vivido en extraños países. No es mi intento ofender á nadie, pero he de hablar con entera franqueza. La ironía con que elogia Froude la elocuencia transcendente de nuestros oradores es injusta á todas luces.

Por el contrario, yo creo que debe y puede sostenerse que la pompa oriental, las galas y primores, á veces excesivos, y cierta redundancia que en nuestra poesía y en nuestra elocuencia se notan frecuentemente, y aun se censuran, son ya sobras ó defectos que de muy antiguo tuvieron los españoles, y por los cuales fueron motejados en Roma Lucano, Séneca y otros prosistas, oradores y poetas de nuestra patria.

Entonces, voy a servirle una taza de en reemplazo del vaso de agua clásico de los oradores dijo Diana levantándose. Acepto, señorita, y continúo: observen ustedes cómo el vestido entristece o alegra una época: ¡la gente debía divertirse poco en la corte de Felipe II, bajo la austeridad del terciopelo negro!

Pero aun valiéndose de este auxilio, el español sabía poca cosa de su existencia. Algunas veces nombraba á Jaurés y á otros oradores socialistas. Su medio de vida más seguro era traducir para los periódicos del partido. En varias ocasiones se le escapó el nombre de Siberia, declarando que había estado allá mucho tiempo. Pero no quería hablar del lejano país visitado contra su voluntad.

Lo que allí se dijera había de trascender muy lejos, que para eso había periodistas a la mesa; y era de necesidad, por tanto, que las palabras salieran pesadas y medidas de la boca de los oradores.

Preguntó, con este motivo, si había dos Congresos de diputados en Madrid, y que en dónde se pronunciaban aquellos discursos tan arregladitos y tan elocuentes que él acostumbraba á leer; y cuando supo algo de lo que pasaba en la redacción del Diario de Sesiones: «¡Cáscaras! dijo, pues con un buen redactor, también habría oradores en el concejo de mi pueblo