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El Comendador apuró todas las razones, empleó todos los tonos, pero singularmente el de la súplica; D. Carlos le contestó varias veces de mal humor, y fué menester la prudente superioridad del Comendador para calmar y contener á D. Carlos y evitar que llegase á ofender á quien le aconsejaba y casi le mandaba.

No hay que hablarle, pues, de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esta delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armonía, diciendo sólo lo que debe agradar, y callande siempre lo que puede ofender.

No hay impulso más bello que el tuyo... Pero anda con cuidado, porque puedes llegar tarde!... ¡No, no, cálmate! No tengo ninguna idea de ofender a tu novia, y creo, como te he dicho, que no está contaminada aún por la podredumbre que la rodea.

Pero los Turcos valientes y atrevidos no dejaban por todos los caminos que podian de ofender á los nuestros, y poner en duda la victoria, que hasta al medio dia anduvo varia; pero el valor acostumbrado de los Catalanes la hizo declarar por su parte con notable daño de los Turcos.

Ruégote, pues, encarecidamente, ¡oh Monarca poderoso! que castigues con el fuego estas odiosas asociaciones, madres de verdaderos monstruos, y que no nombraré por no ofender á sus autores.

No pienses más en doña María. Confía en . Dime: ¿te he engañado alguna vez? Desde que nos conocimos ¿no has sido para una criatura venerada a quien de ningún modo se puede ofender? ¿No has visto siempre en , junto con el cariño más vivo que jamás se tuvo hacia persona alguna, un respeto, un culto superior a todas las debilidades humanas?

Y porque nadie los pudiese ofender, envió tres mil caballos para guarda suya, con un famoso capitan llamado Senanqrip Estratepedarea, una de las dignidades principales de aquel imperio. Con esta gente Calel, y los demás Turcos pasaron el estrecho de Cristopol y llegaron cerca de Galípoli donde se les habia ofrecido que se les daria embarcacion.

Celebré yo el dicho con una risotada no menos ingenua, dando enseguida las gracias por el piropo, casi al mismo tiempo que respondía Mari Pepa a la pregunta: ¿Quién sabe, hija del alma, quién sabe? Quien se jaz a comer «niales» de golondrina sin reventar de «duda», bien puede jacerse a vivir de ese modo sin ofender a Dios ni quebrantar la salud.

No hay que hablarle, pues, de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esa delicadeza de trato, que establece entre los hombres una preciosa armonía, diciendo sólo lo que debe agradar y callando siempre lo que puede ofender.

«Pues bien decía Glocester allí no se habla por hablar, ni lo primero que viene a la boca; allí no basta abrasarse en fuego divino; es necesario algo más, so pena de ofender la ilustración de aquellos señores. Se habla a jurisconsultos, a hombres de ciencia, señor mío, y hay que tentarse la ropa antes de subir a la cátedra sagrada.