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Actualizado: 18 de julio de 2025
Era ésta una mujer de más de cincuenta años, obesa, con un vientre colosal, que se movía con trabajo, la respiración anhelante, embotada por la grasa y hablando siempre en voz de falsete. La suma discreción, la encarnación verdadera del sigilo.
Miguel echó una mirada atrás porque estaba seguro de que el lacayo se lo iba a contar todo a Pedro. Espérate un poco... ahí viene la Albini... El tío Manolo saludó a la última moda agitando el sombrero en el aire. La blonda y obesa cantante, que venía arrellanada en una carretela, le contestó con sonrisa amistosa.
Al poco tiempo, el mismo Pppsicología fue sorprendido por el inspector durmiendo la siesta con la cocinera, una mujerota fea y obesa hasta la monstruosidad, y enterado el coronel, los puso a ambos en la calle, con alegría general de los alumnos por lo que se refería a D. Benigno y con sentimiento en lo que tocaba a la cocinera, que era generosa y amable en sumo grado.
La señora Angustias, hembra fuerte, obesa y bigotuda, que no temía a los hombres e inspiraba respeto a las mujeres por sus resoluciones enérgicas, mostrábase descorazonada y floja ante su hijo. ¡Qué hacer!... Sus manos habíanse ensayado en todas las partes del cuerpo del muchacho; las escobas se rompían sin resultado positivo. Aquel maldito tenía, según ella, carne de perro.
Y como si presintiese lo que pensaba su mujer y quisiera apaciguarla de antemano, lanzaba a la obesa señora una mirada de ternura, como un hombre honrado y de costumbres intachables recordando su tranquila luna de miel. Doña Manuela estaba admirada. Decididamente, la tal Clarita había cambiado a aquel hombre. Era un tuno.
A veces acaecía pasarse una hora y más sin apartar un punto la vista del sitio. Y a veces acaecía también que, transcurrida esta hora, cuando ya pensaba el enamorado mancebo que su alma se había filtrado por los poros de la obesa dama, y se apoderaba de todas sus facultades y sentidos, decía ésta por lo bajo a sus compañeras: ¡Jesús, este mico de don Pedro, qué mirón es!
Otra, Matilde la Serrana: era morena y regordeta, y tenía el tipo común de las sevillanas. La tercera se llamaba lisamente Lola, una mujer obesa, con seno monstruoso, que inspiraba repugnancia, y manos amorcilladas, cubiertas de sortijas de poco valor. Las tres vestían el traje de percal y el pañolón de Manila, común a las jóvenes del pueblo, y ostentaban flores en los cabellos.
Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre; las paredes de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa que vivía pegada á su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando á su esposo; unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato á la escuela unos muebles, pocos y viejos, que parecían haber corrido media España.
Sospechando en seguida por ciertos signos de dónde procedía el obstáculo, mientras engullía el almuerzo silenciosamente, arrojaba miradas furiosas sobre su esposa y Flora. En cuanto terminó se levantó con violencia del escaño, sacó la flauta de las alforjas y se fué camino del molino, donde había una molinera obesa con quien también daba celos á D.ª Robustiana.
Palabra del Dia
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