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Obedecí maquinalmente, y al acercarme rocé con suavidad su rodilla, que se adivinaba a través de la veste y sentí su contacto tibio y carnal. Más cerca, abaníqueme usted... así... ¡oh, ahora se respira!... y suspiró con toda el alma, y, al suspirar, las curvas de su seno se desprendieron un instante del tul que las cubría y volvieron a dibujar su sobrio pero voluptuoso busto.

Mañana veré si puedo conciliar varias cosas. Vuelva usted por acá, viernes o sábado.... Y.. diga usted. ¿Tiene usted buena letra? Regular, señor licenciado. Vamos, vamos. Allí tiene usted lo necesario. Obscurecía. En la mesa había un candelero con una bujía. ¿No ve usted? Pues encienda la vela y escriba lo que guste. Obedecí.

No percibía el menor sonido. Pronto distinguí los vagos contornos del cenador, cuyos peldaños subí. La puerta de madera y muy endeble, se abrió en seguida y una mujer que allí esperaba se apoderó vivamente de mi mano. Cierre usted la puerta murmuró. Obedecí y dirigí hacia ella la luz de la linterna.

He aquí un lindo rincón, chica dijo él al mismo tiempo que se extendía cómodamente sobre la piedra, tanto que sus pies caían casi al nivel del agua. Ven, ponte a mi lado; hay sitio para los dos. Lo obedecí, pero me senté de manera que mi mirada pudiera dominarlo.

Y en cuanto terminamos, me dijo sencillamente: Ponte el sombrero, Magdalena. Obedecí de prisa, y la encontré dispuesta a salir conmigo. El sombrero, puesto ligeramente torcido en la cabeza, indicaba en la abuela ideas belicosas.

Estos dos pormenores me hirieron como notas agudas en los segundos de suspensión y silencio a que nos indujo la sorpresa: la aureola radiante y los pies sangrientos. Pasen ustedes; pase usted particularizó, dirigiéndose a . Obedecí, no recobrado aún de la sensación humillante . Siéntese usted me instó. Quise disculparme y salir.

Obedecí maquinalmente. Silbó a mi oído una bala, un segundo rugido desgarró el silencio del crepúsculo y el terrible animal, dando un salto enorme, cayó muerto a mis pies... Mi salvador era un joven oficial de cazadores, casado con una preciosa criolla y padre de una deliciosa niña, que podría ser bien la persona en cuestión, si es la misma familia...

Pero después me dijo en voz baja, procura pasar de ese vals a alguna melodía vaga que vaya expirando como un eco que se pierde en lontananza. »Comprendí su intención, y obedecí.

Si alguien le preguntase a usted quién era mi padre, cómo me educó, qué sentimientos inculcó y desarrolló en mi alma, cómo obedecí a lo que quiso que yo fuera, en fin, hasta dónde puedo yo saber lo que son bondad, honra y virtud... ¿Qué respondería usted?

Pues señor, como decía, diose a Renovales un pequeño cuerpo de ejército, y en este cuerpo de ejército me incluyeron a , obligándome, casi enfermo todavía, a seguir al loco guerrillero en su más loca expedición. Obedecí y embarqueme con él, despidiéndome de mis amigos. ¡Oh, qué aventura tan penosa, tan desairada, tan funesta, tan estéril!