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Actualizado: 21 de junio de 2025
Buenos días, tía.... ¿Me haces un favor? Mande usted. Coge el sombrero, y corriendito te vas a oír misa. Oye: están llamando; es la misa del P. Solís, que es ligera.... ¡Anda, ve, pídele a Dios que te vaya bien! Obedecí a la anciana, corrí al templo, y oí la misa muy devotamente. Media hora después estaba yo de vuelta. Cuando llegué, los caballos me esperaban a la puerta.
Obedecí y me dieron unos pantalones raídos, un chaleco viejo y una chaqueta con un número grande en la espalda. Tenía el propósito decidido de no protestar de nada, y eso me sirvió, porque algunos de nuestros compañeros, entre ellos Ugarte, además del despojo, tuvieron que sufrir el encierro.
Obedecí y él se precipitó fuera de la habitación, gritando: «¡José, José!» Volvió a los dos minutos y José con él, trayendo este último un jarro de agua caliente, jabón y navajas de afeitar. El pobre mozo tembló al oír las explicaciones que el coronel creyó necesario darle antes de decirle que me afeitase.
Esta tarde debía venir Fernanda a casa. Matilde me dijo después de almorzar que saliese y no volviese hasta el oscurecer..., y cuando volviese estaría todo arreglado, o poco había de poder. Mi hermana se pinta para estas comisiones. Obedecí. Di más de mil vueltas por Sevilla, y cuando vi que oscurecía me fui a casa. Crea usted, don Ceferino, que me temblaban las piernas.
Palabra del Dia
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