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Actualizado: 28 de junio de 2025
Obdulia pensaba, aunque es claro que no lo decía sino en el seno de la mayor confianza, pensaba, que el hacer el oso, que era a lo que llamaba timarse Joaquín Orgaz, si siempre era agradable, lo era mucho más en la iglesia, porque allí tenía un cachet. Y para la viuda las cosas con cachet eran las mejores.
Pero ¿verdad dijo Obdulia, poniéndose más guapa que esto de encontrarse de vez en cuando se parece un poco a un buen día de sol en invierno, en esta tierra maldita del agua y la niebla? ¡Magnífico! exclamó Paco es verdad; una cosa sentía yo que no sabía explicarme... y era eso.
Pero habrá que esperar añadió Obdulia, dándose de hocicos contra la realidad, para volver a saltar otra vez, cual pelota de goma, y remontarse a las alturas . Y diga usted: en ese correr por Madrid buscando miserias que aliviar, me cansaré mucho, ¿verdad? ¿Pero para qué quiere usted sus coches?... Digo, yo parto de la base de que usted tiene una gran posición. Me acompañará usted. Seguramente.
Sacole de su intensa meditación la voz de Obdulia, que desde hacía algunos minutos le observaba. Vamos, padre, no piense usted más en eso, y dígame de verdad si no está a gusto aquí. ¿En qué no he de pensar, hija mía? respondió el sacerdote poniéndose levemente colorado, como si ya se lo hubiese adivinado.
No pasó de aquí la conversación referente al imaginario sacerdote, a quien Doña Paca conocía ya como si le hubiera visto y tratado, forjándose en su mente un tipo real con los elementos descriptivos y pintorescos que Benina un día y otro le daba. Pero lo demás que picotearon se queda en el tintero para dar lugar a cosas de mayor importancia. «Cuéntame, mujer. Y Obdulia ¿qué dice?
Adiós, señor Osuna, que usted descanse dijo tendiendo la mano al jorobado. Luego tuvo un momento de indecisión: iba a tendérsela a Obdulia; pero turbado por la mirada intensa y extática que la joven le clavaba, la llevó al sombrero y se inclinó gravemente, diciendo: Buenas noches, señorita. Alzó de nuevo el paraguas y salvó de prisa la distancia que le separaba de la rectoral.
Ya se sabía que al Vivero no se iba a otra cosa. Visitación, Obdulia y Edelmira también, eran las que conocían mejor los lugares más escondidos, dónde había puertas de escape, y todo lo que exigían aquellos juegos infantiles a que se entregaban, sin pensar en los muchos años que tenían varias de aquellas personas tan alegres. A don Víctor se le recibió en triunfo; triunfo burlesco.
Ten calma, mujer... Pues dejaba la mitad de sus bienes a mis hijos Obdulia y Antoñito, y la otra mitad a Frasquito Ponte. ¿Qué te parece? Que a ese bendito señor debían de hacerle santo.
Se iba al Vivero muy a menudo; se corría por el bosque, por la galería que rodeaba la casa, por la huerta, por la orilla del río. Todos parecían cómplices. Obdulia y Visita adoraban a la Regenta, eran esclavas de sus caprichos, se la comían a besos; juraban que eran felices viéndola tan tratable, tan humanizada. Y jamás una alusión picaresca, ni una pregunta indiscreta, ni una sorpresa importuna.
Brooke se había casado con una gitana del Albaicín. Buen provecho; pero de todas maneras era una aventura estúpida. La piel del tigre la conservaba, por el tigre, no por el inglés». Esta historia no la sabía bien Obdulia; creía que se trataba de un norte-americano; se lo había dicho Visitación... «¿Por qué no había ido al teatro?
Palabra del Dia
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