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Los dos jinetes, que aún no habían desmontado, después de silbarles inútilmente participaron de su inquietud, mirando con ojos hostiles los matorrales de la altura próxima. Nos han descubierto murmuró el estanciero . Mejor: así acabaremos de una vez. El norteamericano, reconociendo la imposibilidad de hacer otra cosa, le siguió ladera abajo hasta donde estaba el caballo.

Esta ley de armonía nos enseña a respetar el brazo que labra el duro terruño de la prosa. La obra del positivismo norteamericano servirá a la causa de Ariel, en último término.

Ella, después de mirar á un lado y á otro para convencerse de que su padre estaba lejos, dijo en voz baja, imitando el acento del norteamericano: ¡Gringo chapetón! ¡grandísimo torpe!... Si que me has hecho daño, y el lazo lo tiras rematadamente mal... Pero de todos modos me enganchaste con él, y como yo juré que sólo así conseguirías tenerme otra vez... aquí me tienes.

También Canterac aceptaba al ingeniero norteamericano como acompañante de la marquesa. Le parecía más tolerable que el odiado Pirovani. Vió cómo se alejaban los dos jinetes, y aunque sentía un enojo sombrío, como siempre que le rechazaba Elena, procuró disimularlo, encaminándose después á la casa de Moreno.

Este gran escritor norteamericano ha sido ya traducido á todos los idiomas, alcanzando millones de ejemplares sus ediciones en todo el mundo. Nadie le ha aventajado en la novela de aventuras. Buscadores de oro, piratas, aventureros, indios, los más diversos tipos sou los protagonistas de las novelas de London, que hacen desfilar ante los ojos del lector un mundo completamente nuevo.

En un Estado norteamericano se está haciendo ahora una campaña con cierto ferrocarril en proyecto... pero con objeto de que se establezca un servicio de comunicaciones aéreas. El ferrocarril comienza ya a ser un atraso en el mundo. Aquí no se puede decir aún que tengamos ferrocarriles. El microbio de la gripe ha vuelto.

Después dijo, imitando la voz grave del otro: Señor Watson: yo tengo sobre usted el derecho indiscutible de que su persona me interesa, y no puedo tolerar que vaya mal acompañado. El norteamericano, vencido por la cómica seriedad con que dijo ella estas palabras, acabó por reir. Celinda rió también. Ya conoce usted mi carácter, gringuito... No me da la gana que vaya con esa mujer.

La muchacha le arrojó de lejos su lazo, riendo con aquella risa que ponía al descubierto su dentadura juvenil, y el norteamericano, maquinalmente, bajó la cabeza para librarse de la cuerda opresora. «Estoy soñando pensó . Esta noche no puedo trabajar. Vámonos á la cama

Los dos se habían visto obligados á cambiar de ropa todas las noches, para no parecer «inarmónicos» como decía el español en medio de esta elegancia absurda creada por la presencia de Elena. Como el norteamericano estaba fatigado de su trabajo en los canales, tuvo que sofocar numerosos bostezos, y al fin se levantó para retirarse á su dormitorio.