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Actualizado: 1 de junio de 2025


Cuando la nihilista confesó, él había prestado crédito inmediato a su confesión; pero la duda comenzaba ya a asaltarlo de nuevo. Si la joven se sacrificaba, ¿qué valor debía acordar a su confesión y a la confirmación de ésta por el Príncipe?... No obstante, él había interrogado de nuevo a uno y a otro, separadamente y juntos, y ambos se habían mantenido firmes en sus declaraciones.

O mejor dicho, ¿amaba realmente el Príncipe a la nihilista? Ferpierre comprendía que ante todo debía cerciorarse de esta opinión, sin duda verosímil, pero aún no probada. Mientras se encaminaba el juez a la cárcel del Eveché, donde los acusados estaban detenidos, iba pensando en la manera de iniciar el interrogatorio de la joven.

Cuando los periódicos publicaron la noticia de que, cerrada la instrucción, resultaba de las acordes confesiones de la Natzichet y de Zakunine que la Condesa d'Arda había sido asesinada por la nihilista, y que la acusación defería a la reo al juicio de los jurados, la curiosidad del público, que había crecido desmesuradamente en los últimos días, se aquietó por fin.

Necesario era, para sostener la teoría del asesinato de Florencia d'Arda, que en el Príncipe se hubiera efectuado ese cambio: entonces solamente podía explicarse que él la hubiera muerto, al saber que pertenecía de corazón a Vérod, o que la nihilista la hubiera muerto al saber que Zakunine volvía a amarla.

Si el Príncipe hubiese sido el homicida, ¿no habría animado a la nihilista el mismo sentimiento? Era de creer. Pero, ¿qué habría acontecido si el inocente, cualquiera de los dos que fuese, hubiera perdido toda esperanza de salvarse con el culpable?

Y sabía también que, no obstante que en apariencia la obra política del rebelde absorbía toda su actividad, todavía disponía de tiempo para llevar una existencia llena de aventuras galantes, pasando de un amor a otro, recompensando con el dolor del abandono y la traición a las desventuradas incapaces de resistir a sus seducciones. ¡Y por ese rebelde sanguinario, por ese indigno don Juan, se había dejado seducir la Condesa d'Arda!... Pero, en fin, ¿habría la Condesa querido morir, para no presenciar la ruina de sus sueños de amor fiel, o había sido asesinada por el Príncipe y la nihilista?

¿Qué le importa a usted eso? respondió la nihilista, volviendo a hablar con una dureza que pareció fingida a Ferpierre. ¿Puede importar a usted lo que no me importa a misma? Si yo quisiera encontrar una atenuación para el acto que he cometido; si quisiera excusarme ante usted, ante la sociedad, diría que le amaba, que a ella la mató por celos.

Largas y vivas eran las discusiones sobre la persona que debería en realidad merecer la acusación. ¿Era el Príncipe el homicida? Y la nihilista ¿era inocente o cómplice? Las opiniones se dividían en esto también: según algunos, el hombre había cometido el delito por celos de Vérod, y, según otros, la mujer lo había cometido por espíritu de rivalidad.

Sor Ana Brighton debía haber muerto en Stonehaven; el nombre de la Condesa se borraba de la cruz en el cementerio de Sallaz. En cuanto al Príncipe y a la joven nihilista, nadie supo más de ellos después que salieron en libertad: habían vuelto seguramente a su propaganda. ¿Y también a sus amores?

Ahora, ¿quiere usted que haya sido la nihilista? Esta habría muerto a la Condesa porque amaba al Príncipe y estaba celosa de su rival. Pero en este caso, las dificultades no son menos que en el otro: ¡al contrario!

Palabra del Dia

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