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Actualizado: 1 de julio de 2025
El juez aguardó un momento la respuesta, y en seguida continuó lentamente: Advierto a usted que las reticencias podrían perjudicarla. La nihilista manifestó su indiferencia encogiéndose de hombros desdeñosamente. ¿A quién acusa usted? ¿A mí, o a Alejo Petrovich, o a ambos? ¡Me parece que usted quiere invertir los papeles!
Otra dificultad había, enteramente moral y más grave, la misma ante la cual se había detenido Ferpierre muchas veces: si la nihilista tenía conocimiento del amor de Florencia d'Arda por Vérod ¿cómo podía desear su mal? La rivalidad se explicaba en el caso de que la difunta hubiera tratado de detener al Príncipe a su lado: eso no había existido.
Si el joven amaba a la nihilista, sus relaciones con la Condesa no eran por eso un obstáculo que lo impulsara a matar a ésta. ¿Podía ese rebelde, para quien la ley coercitiva no tenía valor, sentirse atado por un escrúpulo enteramente moral? ¿Y no había, en realidad, dejado otras veces a su querida por correr en busca de nuevos placeres? ¿Qué le impedía hacer otro tanto, con mayor libertad que la primera vez?
También había ordenado que el domicilio de la difunta en Niza y el del nihilista en Zurich fuesen registrados, y había pedido informaciones sobre Zakunine a la legación de Rusia. Mientras tanto, hizo el magistrado llamar a Vérod, para que le explicara con precisión cuál había sido su situación tocante a la Condesa.
Si esta era la justa explicación de los sentimientos de Zakunine ¿cuál era el efecto que su acción había producido en el ánimo de la Condesa? ¿Amando como amaba a otro hombre, podía haber estado celosa de la nihilista, y en la impotencia de los celos haberse dado la muerte? Eso no se podía creer.
¿Lo duda usted? ¿Y esos son los principios que usted propaga con sus libros? ¿Y profesando esos principios tiene usted tanta aversión al nihilista? ¿No sabe usted que ustedes los negadores, los pesimistas, son los maestros, los incitadores de todos esos espíritus audaces a quienes no bastan las especulaciones abstractas, sino que traducen en actos, lógicamente, los razonamientos que ustedes predican?
No era imposible que hubiera mediado una explicación entre las dos mujeres, provocada sin duda por la nihilista, cuya presencia en la villa Cyclamens no se explicaba muy bien: aunque incapaz de desear el mal de nadie, la italiana había probablemente herido a la joven sublevándose ante sus amenazas, no pudiendo tolerar que, después de haber apartado de ella al Príncipe, fuera a llevárselo de su propia casa: el resultado de esa explicación podía haber sido cruento.
Cruzóse de brazos, movió de arriba abajo la gran cabezota y desapareció sigilosamente por entre los bastidores, metiéndose luego por debajo del escenario como un nihilista que se zambulle en el centro de la tierra para fraguar siniestros proyectos...
Y si la ferocidad de la rebelde inspiraba terror, nadie perdonaba los celos de la mujer: hasta los más indulgentes para con los delitos de amor, negaban a la pasión de la nihilista toda buena cualidad; la juzgaban fría, dura, salvaje. Y mientras la nihilista aparecía de ese modo bajo una triste luz, los detractores de Zakunine, sin desdecirse del todo, reconocían la inocencia de éste.
Esta lectura inspiró a Ferpierre una grave duda: ¿Habrían asesinado Zakunine y la nihilista a la Condesa para apoderarse de su dinero?... La sospecha no era irrecusable sin examen. En la casa de la muerta se habían encontrado muchos valores, pero la Condesa era tan rica, que bien podía haber tenido en su poder el último día una suma mayor.
Palabra del Dia
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