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Actualizado: 24 de junio de 2025


Señores, nos van a dar julepe por el centro. ¿Cómo pueden venir a ayudarnos el San Juan y el Bahama, que están a la cola, ni el Neptuno ni el Rayo, que están a la cabeza? Bastante haremos nosotros con defendernos como podamos. Lo que digo es que Dios nos saque bien, y nos libre de franceses por siempre jamás amén Jesús». El sol avanzaba hacia el zenit, y el enemigo estaba ya encima.

El rey quedó atónito al ver en el río esta visión, porque la gente que de negro se viste, suele ser tan poco aficionada a Marte como a Neptuno.

Sonó en el mar el ruido de un chapuzón, y una luz balanceante comenzó a apartarse del buque. Era Tritón que se marchaba. Un berrido a proa y a popa de los emigrantes, que sólo de lejos participaban de la fiesta, saludó la fingida retirada del personaje submarino. «¡Adiós, borracho! ¡Expresiones a Neptuno!...» La boya, con su farol, salió del espacio iluminado por las bengalas.

Pues nunca he sido verdaderamente vicioso. ¡Oh!, ¡quién hubiera sido poeta!... Derramando mi idealidad en versos, habría conservado mi ser moral. Pero nunca supe hacer una cuarteta, ni he sabido distinguir a Júpiter de Neptuno... ¿Ves cómo estoy? ¿Ves mi ruina? Pues mira, tengo la conciencia tranquila. No he despojado a nadie.

A Neptuno y sus ondas carniceras, Se entregan invocando

Al doblar la esquina final se mostró de golpe el imponente espectáculo de la ciudad muerta sobreviviéndose en las magníficas proporciones de sus templos. Eran tres, y alzaban sus columnatas como mástiles de navíos encallados en un mar de verdura. La doctora, guía en mano, los iba designando con su autoridad magistral: el de Neptuno, el de Ceres, y el llamado Basilica sin motivo alguno.

Era Neptuno antes de que le blanquease la cabeza; Poseidón tal como le habían visto los primeros poetas de Grecia, con el cabello negro y rizoso, las facciones curtidas por el aire salino, la barba anillada, con dos rematas en espiral que parecían formados por el goteo del agua del mar.

El capitán debía entregar la lista de todos los pasajeros que no habían sido bautizados. Al día siguiente subiría Neptuno con su corte para la gran ceremonia, y mientras tanto, dos representantes de la fuerza armada del dios iban a quedar en el buque para que ninguno de los neófitos pudiese huir.

O valiente garzon, mas que sesudo, Cómo estándo avisado, tu mal tomas, Entrando en trance tan horrendo y crudo? En esto las mansisimas palomas Que el carro de la diosa conducian Por el llano del mar, y por las lomas: Por unas y otras partes discurrian, Hasta que con Neptuno se encontraron, Que era lo que buscaban y querian.

Y sosiega al mar, viejo Neptuno, Y haz que su carrera llana sea, Que toda aquesta Armada de consuno A brazos con la muerte ya pelea: Y dudo ya que escape ni solo uno, De hambre no se halla ya quien vea. Remèdielo, pues, Dios, que él solo puede, Y aquel

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