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Actualizado: 25 de junio de 2025


Y la Regenta fue al baile del Casino, porque como ella esperaba, don Víctor se empeñó «en que se fuera, y se fue». Aquel acto de energía, verdaderamente extraordinario, le hacía pensar al ex-regente, mientras subían la escalera del caserón negruzco del Casino, que él, don Víctor, hubiera sido un regular dictador. «Le faltaba un teatro, pero no carácter.

El ancho tejado negruzco baja en pendiente rápida; el alero sombrea el dintel de la puerta. Dentro, el piso está empedrado de menudos guijarros. En un ángulo hay un montón de leña; apoyadas en la pared yacen la horquilla, la escoba y la pala de rabera desmesurada. Una tapa de hierro cierra la boca del hogar; sobre la bóveda secan hacecillos de plantas olorosas y rotenes descortezados.

El viejo lanza por entre sus dientes un salivazo negruzco, medita un instante y murmura: ¿Por qué no lo he de reconocer? ¿Y qué tal te encuentras? El viejo vuelve a meditar, se rasca la cabeza y dice: ¿Cómo me he de encontrar?

Al hablar, sentía la nostalgia del azul negruzco e intenso del Océano, del verde luminoso y diáfano del mar de las Antillas, de la larga ondulación del Pacífico y las aguas plomizas y brumosas de los mares del Norte.

Pequeño, negruzco y de pobre musculatura, una cicatriz tortuosa y mal unida cortaba cual blancuzco garabato su cara arrugada y flácida de viejo. Era una cornada que le había dejado casi muerto en la plaza de un pueblo, y a esta herida atroz había que añadir otras que desfiguraban las partes ocultas de su cuerpo.

El cielo está límpido, radiante. Salgo. Camino por las blancas calles de altibajos solados con guijarros. De cuando en cuando aparece un caserón enorme, dorado, negruzco, rojizo, con la portalada monumental de sillería.

Gabriel miraba el jardín, orlado por las arcadas de piedra blanca y sus rudos contrafuertes de berroqueña obscura, en cuya cúspide dejaban las lluvias una florescencia de hongos como botones de terciopelo negruzco. Descendía el sol a un ángulo del jardín, y el resto quedaba en una claridad verdosa, de penumbra conventual.

Pero, mi querido lector, ahora me acuerdo que, al hablar del palacio de Luxemburgo, he omitido un detalle que pertenece á estos apuntes. Cerca de aquel palacio, se ve un edificio algo sombrío, casi oscuro; una casa que parece un castillo feudal, cuyo nombre le cuadra perfectamente, no tanto por lo negruzco de sus piedras, como por lo que tiene de misterioso, de galante y de aventurero.

Á los trescientos ó cuatrocientos pasos de la casa de la Ciudad, vi un edificio grande, muy grande, negruzco, pesado, macizo, como si estuviese apilado sobre sus cimientos: un palacio lóbrego, que parece más bien una fortaleza, ó una prision de Estado. Era el palacio de las Tullerías.

Y señalaba una gran fotografía con lujoso marco, que le representaba a él en traje de monte, mucho más joven, rodeado de varias niñas vestidas de blanco, y sentados todos en el centro de una pradera sobre un montón negruzco, a un extremo del cual se destacaban unos cuernos. Este banco obscuro e informe, de agudo dorso, era Coronel.

Palabra del Dia

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