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No hay más que dos maneras honradas para una mujer de tomar puesto en la vida: el matrimonio y el convento. No comprendo por qué el celibato no es tan honroso como los otros dos medios. No necesitas comprenderlo respondió la abuela con energía. No se permanece soltera; eso no se hace. Entonces, casamiento o monasterio. El convento no me dice gran cosa dije bajando la cabeza.

¿Qué hacer?... ¿Negarme a la entrevista?... La verdad es que me dan buenas ganas... 31 de octubre. Mucho la mujer varía, Loco quien de ella se fía... La sabiduría de las naciones habla en este momento por mi boca, sin que mi propia sabiduría la contradiga... Al contrario.

Su mujer, más joven que él, es una especie de cocinera frescachona, en la que usted seguramente se habrá fijado.

En efecto, la señora Kimble, que hacía los honores de la Casa Roja en estas grandes ocasiones, vino al vestíbulo a recibir a la señorita Nancy y la llevó a los altos. La señora Kimble era la hermana del squire y la mujer del doctor, doble dignidad con la cual su diámetro estaba en razón directa.

19 Y mandó al mensajero, diciendo: Cuando acabares de contar al rey todos los negocios de la guerra, 20 si el rey comenzare a enojarse, y te dijere: ¿Por qué os acercasteis a la ciudad peleando? ¿No sabíais lo que suelen arrojar del muro? 21 ¿Quién hirió a Abimelec hijo de Jerobaal? ¿No echó una mujer del muro un pedazo de una rueda de molino, y murió en Tebes? ¿Por qué os llegasteis al muro?

No es, pues, llano el que haya por allí mucho marido sufrido, mucho padre complaciente, y mucha interesada y fácil mujer. La que lo es se lo hace pagar caro, no tanto por la rareza, sino por lo que pierde. Sólo a fuerza de regalos y de espléndida generosidad, y deslumbrando con su lujo, se hace perdonar en ocasiones sus malos pasos.

Juan está muy avergonzado, y Gertrudis contempla a su nuevo camarada de juegos con una mirada maliciosa y provocativa. «Revoltosa». ; ese era el nombre que había dado Martín Felshammer a su mujer... Desde aquel día, se repiten las bromas en las horas tranquilas y silenciosas del crepúsculo, que Martín ama tanto.

Luego, al verse solo, sin la dulce embriaguez que parecía invadirle cuando estaba al lado de su novia, volvió á contemplar la realidad tal como era, hostil y repelente. ¿Cómo puede un hombre ganar unos cuantos millones en un año cuando los necesita para casarse con la mujer que ama?... Quiso ver otra vez á Margaret, para que su voluntad adquiriese nuevas fuerzas, pero no pudo encontrarla.

Don Santiago se alegró de aquel atrevimiento de su mujer, y la dispuso el trono como para una reina; lo mejor que se pudo con lo que había a mano: una silla de Vitoria sobre un felpudo casi nuevo.

Cuando se entraba en el salón, en aquella noche fresca de la primavera, con todos los balcones abiertos a la noche, con tanta hermosa mujer vestida de telas ligeras de colores suaves, con tanto abanico de plumas, muy de moda entonces, moviéndose pausadamente, y con aquel vago rumor de fiesta que comienza, parecía que se entraba en un enorme cesto de alas.