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Actualizado: 20 de noviembre de 2025


¡Qué bien se harmonizaba aquel vibrante vocerío con el despertar de valles y montañas, con los preludios del pueblo alado, con el susurro de las arboledas, con el canto idílico del Pedregoso, con el centellear de los luceros, y con el mugir de las vacadas en el cercano ejido! No por qué temí que la tía Pepilla supiera que no había yo probado el sueño.

El mugir de aquel abismo llegaba a los oídos sobre todo el formidable estruendo que revolvía entonces la naturaleza, cual el rugido del león, venciendo poderosamente el aullido de las otras fieras, él sólo hiela y desmaya más al extraviado caminante.

Llegado el momento crítico de poner las banderillas, que fue en el segundo novillo, las cogió, y aunque muy pálido, marchó resueltamente hacia él; se puso con los palos en cruz, y alzándose sobre la punta de los pies, comenzó a mugir terriblemente para llamar la atención del animal; y en efecto, así que éste le vio en aquella actitud fanfarrona, vino rápidamente a embestirle.

Los estrépitos atmosféricos, truenos y huracanes, no penetraban en el agua. Sólo el crujido de la coraza de ciertos cangrejos y el mugir doloroso, cerca de la superficie, de algunos peces llamados «roncadores» alteraban este silencio. Como el Océano carece de ondas acústicas, sus habitantes no habían necesitado formar los órganos que las transforman en sonidos.

Parece como si se hubiesen asociado vendaval y cierzo: aquel para aullar, soplar, mugir; este para herir los semblantes con finísimos picotazos de aguja, colgar gotitas de fluxión en las fosas nasales, azulear las mejillas y enrojecer los párpados.

Esto sería cierto, y el temor sería fundado, si la isla de Guajan constituyera por condiciones de situación un punto avanzado ó una atalaya estratégica, que en el bronce de sus cañones residiera el comprimir deteniendo, y en las plataformas de sus fuertes el comprimir avisando, dando con su campana de rebato la señal de peligro, ó en el estruendo del cañón la voz de alarma, previsores alertas, cuyos ecos, dada la situación de Guajan no tendría otra contestación que el mugir de las olas que se deshacen en los senos madrepóricos de caliza y coral, y el rebramar de los duros Nordestes que reinan en aquellas regiones.

En las vertientes, en los repliegues de las montañas, en las espesuras del valle, fulguraban las hogueras. La noche obscurecía los matorrales cercanos; llegaban hasta nosotros el mugir de las reses y el tomear de los vaqueros; un ejército alado cruzaba los espacios raudo y vibrante, y en el cielo sin nubes brillaba la triste luna con apacible claridad.

Y a la salida del túnel, el enamorado esposo, después de estrujarla con un abrazo algo teatral y de haber mezclado el restallido de sus besos al mugir de la máquina humeante, gritaba: «¿Qué puedo yo ocultar a esta mona golosa?... Te como; mira que te como. ¡Curiosona, fisgona, feúcha! ¿ quieres saber? Pues te lo voy a contar, para que me quieras más». ¿Más? ¡Qué gracia! Eso que es difícil.

Palabra del Dia

vengado

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