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Actualizado: 4 de junio de 2025
Tenía la cantante una pasión verdadera por las expansiones epistolares, y era muy capaz de mantener la constancia de una llama amorosa, más o menos mortecina, a fuerza de acumular paquetes de pleguezuelos perfumados llenos de letra menuda, cruzada como un tejido sutil.
A medida que se avanza, el foco luminoso disminuye gradualmente; de repente, una salida de la roca nos oculta la luz, y sólo una claridad mortecina se refleja sobre las paredes y pilares de la caverna. Luego penetramos en la obscuridad sin fondo de las tinieblas, y, para guiarnos, sólo tenemos la incierta y caprichosa luz de las antorchas.
A las cinco y media, cuando ya no se veía en el escritorio, míster Robert cerró su libro; la claraboya dejaba caer una luz mortecina, que embrollaba los números sobre el papel, simulando extraña danza de esqueletos, y no era posible continuar el trabajo.
Y allí estaba el Cristo cuya mortecina luz reflejó en el ensangrentado acero del Estudiante.....
En el coche, la mortecina luz de la lamparilla cae sobre los cuadros, rojos, azules, negros, de una manta, resbala sobre la uniformidad parda de la pañosa castellana, se desliza, medrosa, entre las largas y argentadas hebras de la barba del anciano. Cruzamos vertiginosos ante una estación, y se oye un largo campanilleo, que se pierde rápidamente; luego aparece, desaparece un faro verde.
Leonora hubiese querido que la noche no terminase nunca; que aquella luna menguante, que parecía partida de un sablazo, se detuviera eternamente en el cielo para envolverles en su luz difusa y mortecina; que el río no tuviese fin y la barca flotase y flotase hasta que anonadados ellos de tanto amar, exhalasen el resto de su vida en un beso tenue como un suspiro.
La última parte de mi viaje, de noche y lloviznando; los pasillos negros de la casona; la cocina tan grande, tan oscura al principio, de tan extraño aspecto después a la luz de la enorme fogata; el pelaje y las cosas de mi tío; la mujer gris aparecida de repente; el tenebroso páramo del comedor, explorado a la luz mortecina del farolillo de cuatro cristales empañados por la roña; el silencio de «afuera»... peor que el silencio absoluto: un rumor lejano e intermitente, bronco, algo por el estilo del que puso espanto en el esforzado pecho de Don Quijote cierta noche en las proximidades de Sierra Morena, y el otro silencio de la casa en cuanto cesaba de hablar mi tío, me habían impresionado de mala manera.
Agarrándose de las paredes pudo, a las diez de la noche, volver a su taller, cogió pedernal, eslabón y pajuela, y encendiendo una vela de sebo se arrojó vestido sobre la cama. A medianoche despertó. La mortecina luz despedía un extraño reflejo sobre el esqueleto colocado a los pies del lecho. La guadaña de la Parca parecía levantada sobre Baltasar.
Palabra del Dia
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