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Evitaba entenderse con los dependientes, sin duda por molestarla sus exagerados cumplimientos, ese afán de decir a toda parroquiana, con voz automática, que es muy bonita, para despachar mejor la mercancía; y apenas entraba en la tienda, buscaba con los ojos a Juanito, muchacho juicioso, tan tímido como ella y que no se permitía el menor atrevimiento. Los dos se entendían perfectamente.

Jaime comenzó a revolverse en su asiento. ¡Molestarla así, en su presencia, aquel rústico!... Una carcajada más fuerte e insolente de aquellos jóvenes atrajo de nuevo su atención hacia los versos. El cantor se burlaba de la atlota que para ser señora quería casarse con un pobre arruinado, sin casa y sin familia; un forastero que no tenía tierras que cultivar...

Sin embargo, hasta la fecha no he tenido ocasión de comprobar esta idea, que alguna vez surgió en mi fantasía. Voy a abreviar. Estas memorias se van haciendo ya pesadas. De la escena anterior conté a Gloria lo que me pareció, que, como debe inferirse, fue lo que no podía molestarla.

Repetidas veces lo había dicho en alta voz. El cocinero estaba harto de saberlo. ¿Por qué, pues, lo mandaba a la mesa? Indudablemente por molestarla, por inferirle una ofensa. Esta patética consideración la enterneció de tal modo que estuvieron a punto de saltársele las lágrimas. De todos modos él cuidaría severamente de recordárselos.

El darle las medicinas a hora fija quedó supeditado a más santas atenciones, y comenzó a molestarla el escuchar quejidos, por antojársele muestra de poca esperanza y ninguna resignación.

Era él... Hubo en el interior cierto rebullicio que indicaba cólera y sorpresa; muebles removidos, palabras masculladas en sordina, y hasta creyó percibir Ojeda un principio de juramento. ¿Cuándo iba a cesar de molestarla con sus incorrecciones?... Esta conducta no era propia de un gentleman... No lo era...

También Ana prefería aquel modus vivendi; no quería volver a las andadas, temía que viniesen la compasión y los remordimientos y las aprensiones a molestarla y al fin hacerla caer enferma, si por completo rompía con el Provisor. «Me conozco, pensaba; que, después de todo, le tengo cierto cariño, y si abandonase su amistad, una voz insufrible me había de estar gritando siempre en favor suyo.