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Actualizado: 17 de junio de 2025
Bostezó don Víctor y salió del gabinete después de depositar un casto beso en la frente de su mujer. Entró en su despacho. Estaba de mal humor. «Aquella enfermedad misteriosa de Ana porque era una enfermedad, estaba seguro le preocupaba y le molestaba.
Además, la presencia de aquellas mujeres, y más especialmente la de León, le molestaba mucho. Rechazó, pues, con mal humor todas las instancias que le hicieron para que abriese su pecho, y les rogó, muy fruncido y encrespado, "que hiciesen el favor de no romperle más la cabeza". Con esto desistieron de reirse a su costa y la emprendieron con Manolita Dávalos.
A pesar de que le tenía muy recomendado a Villa el secreto de mis amores, imagino que le molestaba dentro del cuerpo, o que no pudo resistir a la tentación de informar a su adorada condesa de todo, porque observé que una noche ésta, mientras hablaba con él, fijaba sus hermosos ojos en mi con curiosidad y benevolencia.
Ahí tenemos a Celestina exclamó Francisca dirigiendo una sonría a la anciana criada que entraba en este instante para llevarse las tazas del té y todo lo que nos molestaba. Pero Celestina hizo como que no había oído. Las mujeres de bien solteronas son demasiado numerosas siguió diciendo la Fontane.
Distaba la quinta mucho más de Nueva York que de Albany, capital del Estado de Nueva York, pero, como los trenes del ferrocarril van con extraordinaria rapidez en aquella tierra, y es deliciosa la navegación en los magníficos vapores que suben y bajan por el río, poco molestaba a Isidoro para ir y venir que fuese algo mayor la distancia.
Rafael, después de la partida de su amante, apenas salió a la calle. Le molestaba la curiosidad de la gente, la conmiseración burlona de los amigos que envidiaban su pasada felicidad y permaneció dos días en su casa, seguido por la mirada interrogante de su madre.
Le molestaba la música, por creerla igual a una risa burlona. Otra vez necesitaba huir en busca de obscuridad y silencio. Y tomó una de las escaleras que conducían a la cubierta de los botes. Arriba creyó despertar con el fresco de la noche, como los ebrios que reciben de pronto una corriente de aire.
Además, le molestaba el libertinaje grosero, ruidoso, con publicidad, como un alarde de riqueza. «Esto no lo hay en París decían sus acompañantes admirando los salones enormes, con centenares de parejas y miles de bebedores ; no, no lo hay en París.» Se fatigaba de tanta grandeza sin medida.
Vió también ojos agrandados por la sorpresa y el dolor, bocas redondas y negras que parecían agitar los labios con un aullido. Pero no gritaban: al menos él no oía sus gritos. Había perdido la noción del tiempo. No sabía si llevaba en esta inmovilidad varias horas ó un minuto. Lo único que le molestaba era el temblor de las piernas, que se resistían á sostenerle... Algo cayó á sus espaldas.
La repetición de aquella imagen siempre en el mismo lugar; la renovación de cosas muertas, inútiles, olvidadas, todos los días a la misma hora puestas indiscretamente ante sus ojos le molestaba realmente.
Palabra del Dia
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