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Después del cuarto de Marta recorrieron otras piezas, el comedor, el salón, la galería del patio, otra sala de confianza y algunas más sin que el dichoso Menino se dejase ver en ninguna parte. Como quedasen parados en medio de un pasillo sin saber adónde dirigirse, a Marta le vino de repente una idea y dijo: Vamos al terrado: aun no hemos estado allá.

Sangrienta hubiera sido aquella pendencia, y tal vez de éxito fatal para nuestros dos héroes, si de repente no hubieran recibido el socorro de un gallardo mozo, más joven en apariencia que Tiburcio, a caballo también, elegante y ricamente vestido, y con el escudo de las armas reales bordado en la sobreveste, manifestando así que era mozo fidalgo o menino de la cámara del Rey.

Aunque no tenga afición a los libros, algunos me gustan; pero apenas tiene uno tiempo para tomarlos en la mano... Yo no cómo me arreglo que no tengo una hora mía..., unas veces por uno y otras por otro... Confiesa, chica, que no te gustan y punto concluido. Si quieres lo confesaré, pero no es verdad; algunos me gustan. ¿Y el Menino? ¡Ay, , vamos, vamos!

La niña dejó caer la sábana que tenía en las manos y exclamó con estupor: ¿Se ha escapado? , señorita; al pasar ahora por la galería, voy a mirar a la jaula y me encuentro la puerta abierta y que el pájaro no está allí. ¡Vamos allá, vamos allá! Y todos corrieron en tropel a la galería. En efecto, el Menino se había fugado.

El Menino, que se hallaba a seis u ocho pasos de distancia, al oír la voz de su dueña, ladeó la cabeza con gracioso movimiento, como para escuchar. Los rayos del sol que caían de plano sobre él bañaban su plumaje amarillo, haciéndole resaltar de tal suerte sobre el color rojo del tejado, que parecía un pedacito de oro animado.

Se le llamaba «el cuarto de la plancha», porque, en efecto, allí se planchaba la ropa de la casa. Las paredes que no ocupaban los armarios estaban pintadas lisamente de blanco. Carmen entró como un huracán por la puerta gritando: ¡Señorita Marta, señorita Marta! ¿Qué sucede? preguntó ésta con sobresalto. ¡Que el Menino se ha escapado, señorita!

Al fin advertí que Paca hacía con la cabeza un gesto de resignación forzada, y principió a pasarle la mano por la espalda, diciendo al propio tiempo: Vamos, menino, entra..., bis..., bis... ¡Pobresito!... ¡Pobresito!

Pues a pesar de que la opinión general era que se hallaba muy a su gusto y que no se cambiaría por el director de la Fábrica del Sello, lo cierto es que el Menino esperaba con impaciencia la ocasión de escaparse; se había dejado dominar por la melancolía, se le había agriado el carácter y tenía la bilis excitada por la falta de ejercicio.

Nuestros jóvenes quedaron un instante absortos ante el caprichoso y mágico trabajo de la luz, enteramente olvidados del Menino, y sin decirse una palabra penetraron en la sala y llegaron hasta el medio con el paso lento y vacilante del que entra en un baño. En efecto, quedaron sumergidos y anegados en un vapor luminoso donde nadaban todos los colores posibles.

Al cruzar por delante de una de las ventanas del gabinete, la niña lanzó un grito de sorpresa y alegría: ¡Mira, mira, Ricardo!..., ¡mira dónde está el Menino! El joven se abalanzó a la ventana, y vio sobre el tejado de la casa, no a mucha distancia, dando brinquitos de satisfacción, muy orondo y espetado, al Menino en persona.