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Actualizado: 7 de octubre de 2025
No se hacen los buenos matrimonios, no, con estos ingredientes. Es preciso no forzar la naturaleza, no forzar los sentimientos naturales, haciendo de la gratitud amor; es preciso, sobre todo, dar a cada edad lo suyo y no empeñarse en reverdecer la venerable vejez, ni marchitar la hermosa juventud, uniendo una cosa con otra fuera de sazón. No, mil veces no.
Obdulia le clavó una mirada colérica; pero templándose súbito, repuso con sonrisa inocente: Usted no tiene nada que envidiarle, don Narciso. ¿Quién no recuerda en la villa los muchos matrimonios que por su mediación están hoy bien avenidos? Sin ir más lejos, todo el mundo sabe que D. Feliciano quería muy poco a D.ª Nieves... y ya ve usted, hoy están como dos pichones.
«Lo que se llama querer... dijo Fortunata haciendo esfuerzos para expresarse claramente , querer, ¿entiende usted?, no; pero aprecio, estimación sí». ¿De modo que no hay lo que llaman ilusión?... No señor. Pero hay esa afición tranquila, que puede ser principio de una amistad constante, de ese afecto puro, honesto y reposado que hace la felicidad de los matrimonios.
A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente, una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hiriente fueron los agravios. Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba, escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, su gran culpa.
En todas las parroquias, como tú sabes bien, hay una porción de pobretes, a los cuales no es posible sacarles un cuarto ni por bautizos ni por matrimonios ni por nada. Con el agua y el paso de los transeúntes y el estiércol de las reses que cruzan se convierte al cabo de algún tiempo en abono.
Los dos matrimonios se daban buena vida; pero sin presumir, huyendo siempre de señalarse y de que los periódicos les llamaran anfitriones. Comían bien; en su casa había muy poca etiqueta y cierto patriarcalismo, porque a veces se sentaban a la mesa personas de clase humilde y otras muy decentes que habían venido a menos.
Si a alguien corresponde intervenir en vuestras cosas no es a mí, sino a mamá... Pero siempre he oído decir que en todos los matrimonios hay riñas y disgustillos, sobre todo al principio, mientras los caracteres no se amolden... Todo eso pasa. Son nubes de verano.
Los moralistas hablaban también en favor del matrimonio, demostrando, como Montesquieu, que «cuanto más se disminuye el número de los matrimonios que pudieran hacerse, más se corrompe a los que están ya hechos: cuantas menos personas casadas hay, menos fidelidad existe en los matrimonios, como cuando hay más ladrones existen más robos.»
Ninguna guerra internacional dura treinta años, mientras existen matrimonios que llegan como el perro y el gato a las bodas de diamante. Basta este hecho para probar que es más fácil hacer la paz que «hacer las paces». Y el fenómeno se explica fácilmente.
Los dos amantes se estrecharon la mano sonriendo de felicidad, y yo recibí una ovación por mi pequeña arenga, y por mi manera franca de arreglar matrimonios.
Palabra del Dia
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