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Actualizado: 31 de agosto de 2025


No, miras á lo lejos Al trasponer aquel monte En el lejano horizonte, Como en mágicos espejos Lo que es y lo que será. Miras la pampa argentina De ciudades matizada, Y por mil naves surcada La laguna cristalina Que hoy cubre verde juncal; Miras la pobre cabaña Que en palacio se transforma, Y que al tomar nueva forma Una nueva luz la baña Con resplandor sin igual.

Batíale el corazón a nuestro mancebo, y no sabía si paraíso de su ventura era aquel a cuya puerta se encontraba, o triste lugar donde del vuelo de sus amorosas ilusiones cayese en el negro abismo de un mortal desengaño; y como la blanca estera de palma, ricamente labrada y matizada con vivos y bien contrapuestos colores, le convidase a llegar sin ruido adonde ella estaba, llegose hasta tocarla casi, y viola, copiada por el espejo, con la mirada absorta, y triste y melancólica, y tan pensativa de amor, y de un tal amor y tan del alma, y tan encendido, que él no pudo dudar de que a efectos de la poco antes pasada música nacían aquellas imaginaciones amorosas que en los lucientes ojos de doña Guiomar tan al vivo se representaban, y pareciéndole a Miguel, o más bien sintiendo que no una criatura mortal y perecedera contemplaba, cuya beldad había de perderse en la edad o en la muerte, sino una divinidad inmortal, trasunto de todas las bellezas que el alma puede fingir en lo no conocido, aunque esperado, ardiósele el alma, desmayósele el cuerpo, y como quien adora arrodillose, y sin ser poderoso a otra cosa, convidándole la una mano de doña Guiomar, asiola como se dijo y besola, siendo este el principio de lo que ya se ha relatado, hasta el punto en que nuestro Miguel escribió la carta que Florela encontró en el aposento, donde no a reposar, sino a que soñase locuras por su venturoso amor, le había llevado.

Pero una mujer hermosa, matizada, abrillantada por brocados y pedrerías, y saturada de blandos y exquisitos perfumes, embriaga. Por eso estaba embriagado don Juan Montiño. Y como cuando estamos dominados por la embriaguez no somos dueños de nuestra razón y lo olvidamos todo, el joven, dentro de aquella litera y en aquella situación, se había olvidado completamente de doña Clara Soldevilla.

La vida está en todas partes; en el fondo, donde las formas graciosas é indistintas se agitan sobre la arena y el lodo, entre el espeso tapiz de plantas estremecidas constantemente por las sacudidas de una pululante multitud, oculta en la superficie por donde corren los girinos y se enlazan los insectos patinadores por entre los juncos donde brilla el ala matizada de la libélula, y bajo los arbustos de la orilla, donde resplandece como un zafiro el plumaje del martín-pescador. ¿A quién pertenece, pues, el arroyo, del cual nos titulamos propietarios como si fuéramos los únicos en gozarlo? ¿No pertenece también, ó mejor que á nosotros, á todos los seres que lo pueblan, del que sacan la subsistencia y la vida?

Palabra del Dia

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