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Actualizado: 28 de julio de 2025
El humilde empleado que pasó la vida a salto de mata, de oficina en oficina, de centro en centro, sin apoyo ni valimiento, había logrado adquirir tales hábitos de orden y economía, que iba a serle posible dar carrera a este hijo, y dársela a su gusto, no como se la dieron al otro.
Pues todo el que se mata por amor, no se mata por otra cosa que por amargar con el recuerdo de su muerte la conciencia del hombre ó de la mujer que le ha desdeñado. ¡Oh, no! ¡no puede ser! Y sin embargo, es. Yo... me había entregado enteramente á Dorotea. Dorotea sabía que mientras existiese doña Clara, ella no podía ser para vos más que un entretenimiento.
¿A dónde vamos? dijo el padre, cogiendo el brazo del muchacho; ayer no has comido en casa, y hoy no has almorzado. Y eso que tu padre estaba enfermo. Cualquiera diría que me huyes... Ven acá, que tenemos que hablar. Le obligó a entrar en el coche, y partieron. Nos hemos lucido pensó el chico, ahora me mata, sí, señor, y aquí no tengo escape. ¿Qué excusas voy a darle?
Pero, contra su voluntad y sus esfuerzos para distraerse, no podía apartarla de la imaginación. Después del mediodía, en vez de irse a dormir la siesta a la Mata, como tenía por costumbre, se bajó pian, pianito, al pueblo, sin objeto determinado. Estaba casi desierto. La gente se había marchado al trabajo: la mayoría de las casas cerradas.
Pasa estúpidamente desde la prodigalidad a la avaricia, y desde la esplendidez a la miseria: su amor ciega, su desdén mata, a unos envilece, a otros trastorna; es la eterna Dulcinea engañosa para nuestra locura, y encantada para nuestra razón: niega lo que se le implora, da lo que no se le pide, todo lo tiene, y todo lo derrocha.
Tienes razón, Clarita, y yo creo que esto que tengo es causado por el excesivo celo. Bien me decía el padre Silvestre que la piedad en demasía es perjudicial, porque mata el cuerpo, sin el cual el alma no puede tener fortaleza. Pero, ¿qué tiene usted? preguntó Clara un poco alarmada.
"Mi amor a tí decía arderá como el sol que siempre arde: ese sol, alma mía, da en otros horizontes vida al día que aquí mata en los brazos de la tarde. Sus alas extendiendo, la plúmea turba al aire ofrece en salva sonoroso estruendo, la tarde aquí con pena despidiendo, allá dichosa saludando al alba."
Para Horacio Vernet es el hombre; el hombre muerto en aquel campo de batalla; aquel hombre puesto boca abajo, solo, abandonado de todo el mundo, sin más testigos que una piedra, una mata y el cielo; aquel hombre muerto para la materia, lleno de vida y de verdad para el arte, para la moral y para el dogma; aquel hombre tan lleno de vida y de belleza, que aún estando difunto, que aún siendo cadáver, parece ser el habitador de aquel desierto, el genio imponente de aquella soledad.
JUAN DE LA HOZ MATA , oriundo de una familia de Burgos, nació en Madrid en el año de 1620; recibió en el de 1653 el hábito de la Orden de Santiago; después fué regidor de Burgos, y, por último, presidente del Consejo de Hacienda de Castilla.
Porque todo había variado en el joven; menos el traje, todo. Enredo como este, confesad que es mayor que vuestra perspicacia, don Francisco decía Quevedo, dirigiéndose á obscuras desde la parte baja del palacio al cuarto de Felipe III . Y eso añadía que tenéis una perspicacia que os mata.
Palabra del Dia
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