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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Dijole que iba a sanarla con su varita mágica y que después se la llevaría a viajar a su país, que era naturalmente el País de las Hadas, en un cochecito de marfil tirado por dos grandes mariposas azules. Pero para eso era menester que su ahijada demostrara antes que era buena...
Cierra la noche, y si no hay luna el Prado queda enteramente desierto; las mariposas vuelan hácia sus nidos, y las hormigas de casaca negra emprenden su viaje en busca de labores nocturnas. Entónces les llega su turno al teatro, el casino y el café, escenarios democráticos donde la sociedad española se exhibe admirablemente. El teatro es mucho mas querido en España de lo que se piensa.
Ella lo conocía menos porque nunca se fijaba en el terreno que pisaba, entretenida en la caza de mariposas, pájaros y flores silvestres. A pesar de todo nos internamos en el bosque resueltos a atravesarlo, y yo, orgulloso de la responsabilidad que aquel acto implicaba para mí, ofrecí el brazo a Magdalena, que se apoyó en él temblorosa y quizá algo arrepentida de su propia osadía.
Priscila en ese momento, sin cesar de hablar, se volvió hacia las señoritas Gunn. Estaba demasiado preocupada por el placer de hablar para darse cuenta de que su candor no era apreciado. Hay bastantes flores para atraer a las mariposas; las mujeres bonitas alejan a los hombres de nosotras. Tengo mala opinión de ellos, señorita Gunn; no sé si vosotras la tendréis buena.
Unas veces iba y venía bajo el sol, espantando a su paso las mariposas; otras, pasábase horas enteras asomado al viejo pozo de carcomido brocal, cavando pensamientos y contemplando, a la vez, su propio rostro que el agua reflejaba en su espejo circular y profundo.
Los mismos bosquecillos que rodean la ciudad no formaban masas verdes o manchas, sino que veíamos los árboles separados con admirable precisión. Por una atracción de que no me daba cuenta, mi vista se fijaba con persistencia en el espacio azul. La luz ejercía sobre mí en aquel momento la misma fascinación que sobre las mariposas.
Aquel día, una tibia tarde de septiembre, la enferma, a pesar de su extremada debilidad, había querido que la llevasen al jardín y lánguidamente echada en su hamaca, estaba evocando, con voz ya lejana, sus recuerdos de la primera juventud, enjambre de mariposas color de rosa que revolotean alrededor de la frente de los moribundos en la hora del último crepúsculo.
Al punto mismo se alzó de la cruz una mariposilla blanca, de esas últimas mariposas del año que vuelan despacio, como encogidas por la frialdad de la atmósfera, y se paran en seguida en el primer sitio favorable que encuentran.
A cada paso tenía algo nuevo que preguntar a sus hermanos: que por qué las abejas metían la cabecita en las flores, que por qué las golondrinas volaban tan cerca del agua, que por qué no volaban derecho las mariposas. Pedro se echaba a reír, y Pablo se encogía de hombros y lo mandaba callar.
» Todas... mientras haya fuerzas para cargar con ellas, hijos míos. » ¡Oh! ¡Es que tenemos más fuerza de la que usted cree! » Sí; pero el camino es largo de aquí a Ville d'Avray. »Nosotros ya no escuchábamos al jardinero. Habíamos comenzado a hacer nuestra cosecha de flores y sólo nos preocupábamos de cobrar un buen botín en aquel saqueo que debió dejar arruinadas a mariposas y abejas.
Palabra del Dia
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