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Actualizado: 16 de noviembre de 2025
Un conjunto de éstos, en el cual cada fisonomía apareciese con sus rasgos especiales, sería, por lo demás, tan defectuosa, como si el pintor colocase en primer término todos los de su cuadro, marchando á compás y por orden.
Y el viejo, sin tener en cuenta la reconciliación de los esposos ni el paso del tiempo, se sintió emocionado por esta maternidad, como si su hijo hubiese intervenido en ella. Mientras tanto, Julio seguía marchando, sin volver la cabeza, sin enterarse de esta mirada fija en su dorso, pálido y canturreando para disimular su emoción. Y nunca supo nada.
Eso es. ¡A la derecha!... Ahora siempre de frente. Habían llegado al puerto, y Gillespie, marchando por una avenida exterior de la ciudad, avanzó hacia la colina en cuya cúspide se elevaba su antigua vivienda. Las gentes del puerto, que estaban ayudando al embarque de material de guerra para las islas amenazadas de sublevación, se esparcieron por las calles gritando la terrible noticia.
En esta ocasion llegó á manos de Orellana una carta de un indio principal de Acora, avisándole que los rebeldes de aquella parte que se habian retirado hasta Ylabe y Juli, reforzados con los de la provincia de Pacajes, venian otra vez marchando sobre aquel pueblo, con ánimo de vengar en sus indios la resistencia que habian hecho de seguir su partido.
Kasper, en menos que se dice, había vuelto a cargar la carabina; pero, al mismo tiempo, los cosacos que estaban a pie saltaron sobre sus caballos y se precipitaron por la pendiente del Hartz, marchando en fila como los corzos y gritando con voz terrible: ¡Hurra! ¡Hurra!
Los Catalanes, y Aragoneses luego que supieron que el Duque venia marchando con todo su campo la vuelta de sus alojamientos, hicieron lo que otras veces, quando se vieron forzados de la necesidad, que fué poner el remedio en solo su valor. Determinaron salirle al encuentro, aunque se hubiese de pelear con tanta desigualdad.
Zarandilla se metió entre ellos, adivinándolos por el tacto, marchando a ciegas en la penumbra de la cuadra, acariciando a unos en los ijares, rascando a otros en la frente, llamándolos con nombres cariñosos y librándose por instinto de las patadas de impaciencia y de alegría que daban con sus cascos herrados. «¡Quieto, Brillante!» «¡No seas malo, Lucero!» Y pasaba, encorvándose, por debajo de los vientres para ir hasta el otro extremo de la cuadra, mientras el aperador explicaba a Salvatierra la valía de este tesoro.
El hecho de esta suerte se guiaba, Que llegado Salgado con su gente A donde D. Gabriel y el campo estaba, Seria recibido alegremente, Por el socorro y nuevas que llevaba: Y que despues, un dia de repente Marchando con los suyos el Salgado Revuelta sobre el campo descuidado.
¡Qué gente aquella tan feliz! ¡Qué envidiable cosa aquel ir y venir en carruaje, viéndose, saludándose y comentándose! Era una gran recepción dentro de una sala de árboles, o un rigodón sobre ruedas. ¡Qué bonito mareo el que producían las dos filas encontradas, y el cruzamiento de perfiles marchando en dirección distinta!
Aguárdese un instante, señor, que caminaremos juntos... Yo también me voy hacia la posada, porque al fin la cena es lo primero, ¿verdad? Andrés contestó no muy satisfecho: ¡Claro! Y se emparejaron, marchando por el sombrío y desigual camino de la cañada en dirección al pueblo. Usted, señor, estará encantado de este país, ¿verdad? Mucho.
Palabra del Dia
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