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Actualizado: 1 de junio de 2025
Pero, señor conde profirió D. Marcelino, Antuña murió porque quiso. ¿Á quién se le ocurre salir de noche de la villa con veinticuatro mil reales en el bolsillo? ¿No conoce usted que es una imprudencia mayúscula? ¡Perfectamente! Hechos aislados, señor conde, hechos aislados... por ahora, hechos aislados. El trueno gordo no tardará en venir.
Taylor dice contra nosotros, proviene de prejuicios difíciles de arrancar del alma de un extranjero, pero que en el fondo el señor Taylor ó nos encomia ó procura encomiarnos, y en casi todas las páginas de su libro muestra hacia nosotros muy sincera y fervorosa simpatía. DE DON MARCELINO MEN
Ciertamente, responde D. Marcelino, pero en todo hay inconvenientes; mire V., el absolutismo proporciona quietud, pero ¿qué sé yo? tambien tiene sus cosas. A los hombres no conviene gobernarlos con palo; y al fin es necesario no olvidar la dignidad propia. ¿Pero la olvidan por ventura los que viven bajo un gobierno absoluto?
Los más hábiles y fervorosos defensores de la filosofía española han sido, a mi ver, don Gumersindo Laverde Ruiz, D. Nicomedes Martín Mateos, D. Francisco de Paula Canalejas, el padre Ceferino González y recientemente D. Marcelino Menéndez y Pelayo.
No era verdad, sin embargo, porque D. Marcelino, cuando llegó de tierra de Campos hacia treinta años, traía las manos ocupadas con una porción de saquillos de lienzo crudo repletos de espliego, flor de malva, manzanilla, sanguinaria, flor de tila, anís y otras varias hierbas y simientes medicinales, que pregonaba con hermosa voz de barítono que á los vecinos de Vegalora les penetraba hasta lo más escondido de los sesos.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo hubiera podido entonces decir sin rencor, hablando de América, en su obra titulada Ciencia española, que la ingratitud y la deslealtad son fruta propia de aquella tierra. El mismo Sr.
El lector conocerá que D. Marcelino, sin advertirlo siquiera, piensa en la escena del pasaporte; el rudo atras del granadero, el grito del centinela, paisano, la capa, la descortesia de los esbirros y del oficial, han bastado para introducir en sus ideas políticas una reforma de alguna consideracion. Desgraciadamente el oficial de la policía habia llevado muy léjos sus sospechas.
Y como quiera que la tienda era grande y la lámpara tenía pantalla, su luz blanca y crecida, en forma de mariposa, no conseguía traspasar los polvorientos cristales de los armarios. Si no supiéramos, pues, hace tiempo, que D. Marcelino comerciaba en paños y bayetas, no era fácil que ahora nos informáramos del contenido de tales armarios.
Vamos, Paco, no sea usted malo exclamó D.ª Feliciana con una mueca que revelaba la influencia fascinadora que sobre su alma ejercía la murmuración. Si usted fuera á dar crédito á todo lo que se dice, Paco añadió D. Marcelino, pasaría la vida escuchando necedades.
Otras se levantaba á horas avanzadas de la noche, echaba una escala de seda, que había comprado, á los balcones de D. Marcelino, subía por ella, y llamaba muy discretamente en el cuarto de Carmen.
Palabra del Dia
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