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Pero ya mi mujer se está cansando del tocino y la sopa. Yo no, yo no me canso, señora maga. Pero mi mujer se ha cansado, y quiere algo ligero, así como un gansito asado, así como unos pastelitos. Pues vuélvete a tu casa, leñador, y no tienes que venir cuando tu mujer quiera cambiar de comida, sino pedírselo a la mesa, que yo le mandaré a la mesa que se lo sirva.

«Luego le mandaré a usted una perdiz y dos entrecotes dijo a Rosalía azotándola con su abanico . No, no me lo agradezca... Si yo no lo he de probar. A me sobra carne... Ayer he repartido entre los vecinos un solomillo magnífico que mandé traer de la plaza del Carmen, esperando tener convidados... ¡Si viera usted aquella pobre gente qué agradecida...! Mi casa es la Beneficencia.

Ni conocerá usted el mundo, ni el corazón humano. Escasamente. ¿Y cómo representará usted tantos caracteres distintos? Le diré a usted: si hago de rey, de príncipe o de magnate, ahuecaré la voz, miraré por encima del hombro a mis compañeros, mandaré con mucho imperio...

-Ahora bien, señora Rodríguez -dijo don Quijote-, y señora Trifaldi y compañía, yo espero en el cielo que mirará con buenos ojos vuestras cuitas, que Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño y ya me viese con Malambruno; que yo que no habría navaja que con más facilidad rapase a vuestras mercedes como mi espada raparía de los hombros la cabeza de Malambruno; que Dios sufre a los malos, pero no para siempre.

3 Y si se escondieren en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los tomaré; y aunque se escondieren de delante de mis ojos en lo profundo del mar, allí mandaré a la culebra, y los morderá. 4 Y si fueren en cautiverio delante de sus enemigos, allí mandaré al cuchillo, y los matará; y pondré sobre ellos mis ojos para mal, y no para bien.

Cuando V. Magd. mandare dar algún vestido a Alonso Martínez, que no le tiene si no es en este caso, me parece que podrá ser de terciopelo o paño de las calidades referidas arriba, y también las espadas, cuyo precio no ha de exceder de 120 reales, como queda dicho.

Sol se había afligido, y doña Andrea no; aunque la ponía orgullosa que le quisiesen a su hija; pero Lucía no: ella no veía nunca con gusto a Lucía. Un día antes de la procesión Lucía había vuelto a la casa de Sol. Que la perdonase. Que Ana estaba muy sola. Que Sol estaba más linda que nunca. «Mira, mañana te mandaré la camelia más linda que tenga en casa.

Si no me sirve... También le traeré el fichú con cinta de terciopelo verde y un casquete de fieltro para que usted se lo arregle fácilmente. Para baños, delicioso. Le mandaré igualmente flores, plumas, aigrettes... Tengo seis cajones llenos de estas cosas... Hoy me llevó la modista la bata grosella... ¿Sabe usted que no me va muy bien?

Además, anoche me ha dicho: «Florentinilla, quizás, quizás dentro de poco, no mandaré yo en ti; obedecerás a otro dueño...» Sea lo que Dios quiera, tomo a la Nela por mi amiga. ¿Me querrás mucho?... Como has estado tan desamparada, como vives lo mismo que las flores de los campos, tal vez no sepas ni siquiera agradecer; pero yo te lo he de enseñar... ¡te he de enseñar tantas cosas!...

Son monísimas... Y no haga usted más compras: le mandaré un par de medias azules para cada uno, y creo tener un buen pedazo de piqué que podrá usted utilizar. En cambio de las cosas que con tanta zandunga iba recuperando, enviole un lío compuesto de informes retazos, cintas y recortes que, en puridad, no servían para nada.