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Actualizado: 17 de junio de 2025
Los compañeros de Rafael escuchaban con tanta atención como éste. Les agitaba la malsana curiosidad de las pequeñas poblaciones donde el ahondar de la vida ajena es el más vivo de los placeres. Y ahora viene lo bueno continuó don Andrés, El loco del doctor tenía dos santos: Castelar y Beethoven, cuyos retratos figuraban en todas las habitaciones de su casa, hasta en el granero.
El espíritu se apartó con desdén de la naturaleza; quiso elevarse por cima de la inteligencia y de la causa; pugnó por ir más allá del ser mismo; aspiró a confundirse con el principio inmutable de todo ser. La unión mística, de que tanto me he envanecido, fue sin duda ilusión malsana.
El perrero examinaba la sillería baja, huroneando en los relieves góticos los descubrimientos realizados por su malsana curiosidad.
Aun cuando una persona de Raveloe hubiera sido capaz de relacionar los dos hechos antedichos, dudo que una combinación tan injuriosa para la honorabilidad hereditaria que tenía un monumento mural en la iglesia y copas de plata tan venerables, no hubiera permanecido secreta a causa de su tendencia malsana.
El sacristán y el acólito subiendo al retablo, hombreándose con la imagen de madera, colocando los cirios con simetría, consultando las leyes de la perspectiva, le parecían al cabo cómplices de no sabía qué engaño.... Además de todas estas aprensiones sacrílegas, tentación malsana del espíritu enfermo, causa de tanta lucha, sentía el tormento de la distracción; las oraciones comenzaban y no concluían; el estribillo de tal o cual piadosa leyenda llegaba a darle náuseas; la soledad se poblaba de mil imágenes, diablillos de la distracción; el silencio era enjambre de ruidos interiores.
Sanguinario y tiránico al mismo tiempo que predicaba la paz y la libertad; resuelto a gozar ávidamente mientras decía que los sufrimientos de los demás le hacían gemir; codicioso, disipador, infiel, mentiroso, ese hombre no podía ser objeto de un amor noble; sólo podía ejercer una fascinación perversa, una curiosidad malsana, deseos serviles.
En la pieza donde estaba instalado el buffet encontró a María Teresa. Acababa de llegar de París, donde vivía largas temporadas. Una rápida aparición en Madrid, y luego a huir otra vez. La molestaban y la hacían reír a un tiempo la curiosidad malsana y la altivez miedosa de sus amigas.
He ahí lo que se le reprocha y es precisamente lo que nos encanta, a mí y a vuestros millares de lectores; he ahí lo que nos acomoda, nos alivia, nos templa y, sobre todo, nos cambia. Cuando se vive en una atmósfera irrespirable y malsana y se nos alcanza un frasco de esencias, no nos quejamos si sentimos demasiado bien, se le respira y se renace.
Ve que vive en la casa menos cómoda, y á veces malsana y peligrosa. No importa, está usted ligada; ofendería á la persona que la recomendó y á la amable, excelente y hospitalaria familia que la ha recibido bajo su techo. «Bueno; no me ligaré. Mas al llegar, si encuentro un médico honrado, querido, suplicaréle me guíe.» ¡Honrado!
Chorreaban los rostros, las blusas caladas de agua humeaban como ropa blanca puesta a secar en estufa, y en pleno invierno los infelices pasaban así días enteros, hasta las noches inclusive, acurrucados en sus mojados asientos, tiritando entre aquella humedad malsana, porque no se podía encender fuego a bordo, y muchas veces era difícil ganar la costa... Pues bien, ni uno de aquellos hombres se quejaba.
Palabra del Dia
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