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¡Quién sabe cuántas maldiciones acompañan los suspiros del miserable indigente que así piensa, en tanto que el noble lord medita en el proyecto de una cacería ó en la seduccion de una jóven, ó el banquero egoista va calculando las ventajas de su juego de bolsa! La noche es el momento mas propicio para recibir el golpe de vista de las calles de Lóndres en su parte mas concurrida.

Pasaban las horas sin que adelantasen gran cosa los brazos, torpes y cansados por la fiesta, a los que la masa parecía resistirse. Aumentaba el calor: un ambiente de irritación se esparcía en torno de los panaderos, y Tono, que era el más furioso, se desahogaba con maldiciones. ¡Así se volviera veneno todo el pan de aquella noche!

Total: exponer la vida y la libertad para salir a fin de mes por un jornal de seis reales. ¡Y todavía los guardas ladrones, que gozaban de un buen sueldo, les perseguían sañudamente!... Los de caballería eran objeto de sus maldiciones.

El viento, al mecer el trapo chorreante, fue manchando las piezas inmediatas, y un concierto de maldiciones y amenazas, de puños crispados y bocas que proferían las más feas palabras contra él y su madre, obligó al Zapaterín a recoger su manto de gloria y salir por pies, cubiertas de rojo cara y manos, como si acabase de cometer un homicidio.

Entonces mi mujer echó juramentos sobre , que yo pensé la casa se hundiera con nosotros, y después tomóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la había casado, en tal manera que quisiera ser muerto antes que se me hobiera soltado aquella palabra de la boca.

Las mujeres que encontraba por aquellos países no le distrajeron, porque eran la mayor parte toscas aldeanas curtidas del sol, y si tropezó con alguna beldad éuskara, esta, en vez de sonreír al oficial amadeísta, le echó mil maldiciones. Además, Baltasar, frío y concentrado, no era de los que toman por asalto un corazón en un par de horas.

Cosa de lástima fue oír los gritos que las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos libros de caballerías; todo lo cual se renovó cuando vieron entrar a don Quijote por sus puertas.

Y se volvía al grupo de amigos que a cierta distancia oían sus palabras, comentándolas con maldiciones a Dupont. Fermín siguió su camino con cierto apresuramiento. El instinto de conservación le avisaba lo peligroso de permanecer allí entre una gente que abominaba de su principal.

La manera noble de conquistarlo era lanza en ristre en medio de un camino, desvalijando a las caravanas, o entrando a saco en las ciudades tomadas por asalto. El precioso metal, buscado en secreto y despreciado en público, no tenía otro empleo que el préstamo y la usura; atrayendo crímenes y maldiciones.

Que me roben toda la carne que quieran decía ; yo he sido pobre y lo que es el hambre. Pero á lo menos, ¡pucha! que me dejen los cueros. Más de una vez, al recorrer á caballo su enorme propiedad, prorrumpia en maldiciones viendo junto á un canal las entrañas y otros restos de una oveja.