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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Esa terrible enfermedad de la juventud; ese aterrador despertar de los más hermosos sueños del amor; ese descarnado fantasma, que inflexible, rígido, implacable, avanza y avanza siempre cual si lo empujara la maléfica influencia de la maldición del réprobo; esa enfermedad, tormento de la ciencia que busca siempre el calor del alma, que se desarrolla al compás del amante corazón, y que nunca retrocede, se apoderó de la pobre existencia de Lola.
La prudentísima bestia huyó de nuevo; pero reapareció a la entrada del claro del bosque donde iban a batirse. M. L'Ambert, con la superstición del jugador que va a exponer una suma importante, quiso ahuyentar aquella bestia maléfica, y le arrojó una piedra; mas, como errase el golpe, el gato trepó a un árbol, y allí se estuvo quedo.
¡Al caer las hojas!... Aborrecía los árboles cuyos ramajes se desnudaban como esqueletos del otoño; huía de ellos como si su sombra fuese maléfica, y adoraba una palmera que el siglo anterior plantaron los frailes, esbelto gigante con la cabeza coronada de un surtidor de ondulantes plumas. Aquellas hojas no caían nunca.
Doña Bernarda mostrábase más tranquila al verle libre de la maléfica influencia de la artista, pero sin abandonar por esto su gesto ceñudo, como avisada por el instinto maternal que aún presentía el peligro. El joven estaba agitado por la impaciencia de la fuga.
Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, á dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado, que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. ¡Por San Pedro! exclama dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa.
Si su memoria, protestando de aquel falso sistema del mundo, le recordaba que no todo era malo en la tierra, que él había visto a su padre dar trigo a los labriegos pobres o socorrer a los necesitados, que en la tierra existían cariño, afabilidad y amor, que él mismo había llevado hasta los apartados caseríos consejos de paz y de justicia, todo se desvanecía ante la influencia maléfica del pulvis eris que le habían inculcado en el alma.
Palabra del Dia
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