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Rivera, criado de confianza de la condesa, fué á cumplir las órdenes de su señora; poco después entró en la tienda con Santos. La condesa se dirigió entonces á la tendera, que estaba admirada y aun enorgullecida por tener á una tan gran señora y tan hermosa en su casa: Necesito la dijo un lugar donde hablar á solas con este hidalgo.

Honran á las mujeres con el título de señoras, y verdaderamente lo son, porque ellas mandan á sus maridos, y por su capricho se mudan de un lugar á otro; jamás ponen mano en las haciendas domésticas, sino que se sirven de sus maridos, aun para los ministerios más humildes.

La Guardia Civil, que tiene su puesto en la calle del Labrador, se puso en movimiento; y hasta un señor concejal y un comisario de Beneficencia, que a la sazón paseaban por el barrio eligiendo sitio para el emplazamiento de una escuela, corrieron al lugar del atentado. ¡Horror y escándalo!

Pensé en aquel momento en las dos almas de Cesarina y Susana, llegando a figurarme que habían venido bajo aquel símbolo alado, para recoger la de su madre, precediéndola en el lugar de su descanso eterno. ¡Cómo se explica uno las supersticiones del corazón cuando se encuentra éste emocionado y lejos de la influencia de la razón!

No se podía dudar de la buena fe de la joven, en cuyos ojos brillaba la franqueza. Pues bien, va usted á oir la verdad puesto que quiere saberla. En lugar de irnos á pasear por las costas de Egipto y de Siria, Marenval y yo hemos atravesado el istmo de Suez y por el mar de las Indias y Batavia llegado á la Nueva Caledonia.

Como en un lugar de refugio y de olvido dejándose ver muy poco, no recibiendo a nadie, no se explicaba su conducta más que por causa de desesperación, puesto que se trataba de un hombre todavía joven, rico, en quien era razonable suponer, si no grandes pasiones, a lo menos vivos ardores de carácter muy diverso.

Cuando un tunecino es condenado a muerte, se le da tiempo hasta la puesta del sol para buscar el lugar en que se le haya de cortar la cabeza. Desde el amanecer, dos verdugos le cogen del brazo y le conducen al campo. Cada vez que llegan a algún lindo rincón de paisaje, un arroyuelo sombreado por dos palmeras, los ejecutores dicen al paciente: «¿Cómo encuentras esto?

¿Al molino? ¡Jamás! exclama el joven, levantándose con un resplandor inquieto, de deseo y de angustia, en los ojos. ¿Y te he de decir adiós aquí... aquí... en este lugar inmundo?... ¡adiós para toda la vida!... No puede menos de ser así dice Juan, bajando la cabeza. Y Martín vuelve a su idea y murmura: ¡Es la expiación!

Porque mi amante se ido para no volver le contesté arrojando una mirada al mar, en cuyo horizonte se veía ya imperceptiblemente como un punto blanco próximo á desaparecer, el bergantín que conducía á mi último amante, que acaso no se acordaba ya de . ¡Bah, muchacha! me dijo el soldado ; á rey muerto, otro al puesto; por mucho que le quieras, pronto le olvidarás, si pones otro en su lugar.

Belarmino, ahora, no se desleía en aquellas especulaciones filosóficas, o lo que él entendía por tales, que últimamente, en los dos o tres recientes años, le habían acaparado la actividad del pensamiento y los afanes del pecho, sin dejar lugar ni vado para ninguna otra ocupación o sentimiento, a no ser el amor por su hijita.