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¡Os ha retado! ¿y por eso lloráis? exclamó la condesa dulcificando el tono , ¿os ha maltratado acaso? Me ha dicho palabras que me han afectado mucho. Es un hombre falso y cruel, ¿verdad? , señora, es un hombre falso y cruel. ¡Bah! no reparéis en sus maneras brutales.

Ansi se haga, y no nos detengamos, Que ya á morir me incita el triste hado. Madre, porqué llorais? adónde vamos? Teneos, que andar no puedo de cansado, Mejor será, mi madre, que comamos, Que la hambre me tiene fatigado. Ven en mis brazos, hijo de mi vida, Do te daré la muerte por comida.

No sentir es no ver, no ver es no vivir, no vivir es el sufrimiento mayor. Pero ahora que os abrasa la vida, ahora que soñáis, que lucháis, que esperáis, que lloráis, que os agitáis, ahora más que nunca vivís; hay algo en el mundo que os deslumbra, que os atrae, que os hace gozar el gran placer del sufrimiento. ¡Vos sois muy feliz! ¡Oh! ¡y qué felicidad tan horrible!

Apenas recordaba vagamente su rostro pálido asomando entre las sábanas del lecho cuando le llevaron a darle un beso algunas horas antes de morir. Se acordaba también de que aquel mismo día todo el mundo le abrazaba y le besaba llorando, lo cual le había llamado la atención hasta hacerle preguntar: «¿Por qué lloráis todos hoy

¡Clara! ¡Si supiérais de lo que ha sido capaz esa mujer que lloráis! ¡Dorotea! ; vos veis en ella un ángel perdido, y era un demonio. Quevedo era un médico terrible; ponía á sangre fría los dedos sobre la llaga y la estrujaba. La muerta nada tenía ya que perder ni que esperar en la vida, y Quevedo quería salvar á los que, vivos aún, tenían que perder y que esperar. Calumniaba á Dorotea.

Callose un instante, y el niño, viéndola llevarse a los ojos el estrujado pañizuelo, soltó al punto la espada, y corriendo hacia ella, ¿Por esto lloráis? la preguntó. No, hijo mío repuso la madre, dominada por la congoja. Conduéleme una nueva triste por demás. Ya no volveremos a ver a la Madre Teresa de Ahumada... Entró en el gozo del Señor, como una santa, antiyer, en Alba de Tormes.

Por qué llorais entonces, cuando en las noches bellas Podeis hasta los cielos vuestra mirada alzar, Y contemplar brillando las tres blancas estrellas En que á las tres Marías Dios quiso transformar. Esas estrellas puras son vuestras tres Marías: Flores de una mañana que no tuvo su ayer, Mariposas que huyeron de las regiones frias, Gotas de agua perdidas del cielo al descender.

Llorais porque sus rubias cabezas inclinaron Sobre la fria almohada del lecho sepulcral, Y cual mortales tristes al sueño se entregaron, Y ángeles despertaron del coro celestial? ¡Oh! no sabeis sin duda que la alta Providencia Para su dicha eterna tal vez lo quiso así, Para salvar del mundo su cándida inocencia Que atropellar pudiera del vicio el frenesí.