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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Celia, mi tía mayor, que había concluído de dormir la siesta, cruzó el patio y Alfonso la llamó en silencio con la mano. Momentos después Celia lanzaba un ¡oh! ahogado, llevándose las manos a la cabeza. ¡Pero, cómo! ¡Qué horror! ¡Pobre, pobre Mercedes! ¡Qué golpe! Era menester resolver algo antes que Mercedes se enterara. ¿Sacarme, con vida aún?... El pozo tenía catorce metros sobre piedra viva.

Al finalizar la misa, los cantores y demás gente menuda del coro, que eran los únicos que osaban mirarle, se alarmaron viéndole palidecer, levantarse con la faz desencajada, llevándose las manos al pecho. Advertidos los canónigos, corrieron a él, formando una apretada masa de vestiduras rojas ante su trono.

El juez, que era de los dos el que mejor jugaba las carambolas de retroceso, después de haberme obligado a confesar una porción de crímenes a cual más horroroso, hizo un gesto muy expresivo a su compañero, llevándose la mano al cuello y sacando al mismo tiempo la lengua. Yo tomé el gesto por donde más quemaba, y barrunté muy mal del asunto.

El P. Melchor se reía a boca llena de un modo insolente y grosero, mirando alternativamente al joven excusador y a D. Narciso. El capellán de D.ª Serafina también se reía con una risita aguda, minúscula, que aparentaba sofocar llevándose el pañuelo a las narices. Las señoras permanecían serias y disgustadas comprendiendo la venenosa intención del capellán de Sarrió.

¡Tristán! tornó a exclamar la joven con acento aún más desesperado. Y llevándose las manos al rostro profirió estallando en sollozos: ¿Dios mío, qué me está pasando? ¡Esto no es verdad, esto es una horrible pesadilla! Tristán la miró un instante confuso y arrepentido.

Eran las raquetas de los empleados, que barrían el paño verde, llevándose las monedas, las fichas, todos los despojos de la pérdida, chocando unas con otras las piezas de metal y las de falso hueso.

No quería soltarlo pero lo , me consta, sucede algo y gordo. Puedo asegurarle a usted que hace cinco días, Rosa se ha marchado de casa de su marido con cuatro muebles y unos cuantos baúles de ropa, y llevándose al chico, y que sola con la doncella, vive en la calle del Guadarrama núm. 92, no que piso. Ahora diga usted que esto es hablar por hablar.

El ministro se puso en pie, buscando aire que respirar, y llevándose la mano al corazón como si quisiera arrancárselo del pecho. ¡Cómo! ¿Qué dices? exclamó. ¡Un enemigo! ¡Y bajo mi mismo techo! ¿Qué quieres decir, Ester?

Don Paco se puso verde al oír tales despropósitos, y llevándose la mano al corazón, miró a la Condesa con semblante dolorido y contristado, como para manifestarle, en la sola elocuencia de una mirada, que él no había enseñado tales cosas al joven discípulo.

Al día siguiente escribía un artículo en que hablaba de ciencias ocultas, del espiritismo, etc.; inmediatamente vino una orden del gobernador eclesiástico suspendiendo las funciones, pero ya Mr Leeds había desaparecido llevándose á Hong Kong su secreto.

Palabra del Dia

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