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Actualizado: 17 de junio de 2025
El importe de la jubilación de don José, el fruto del trabajo de su hijo, lo poco que Leocadia ganaba bordando y lo que procuraba ahorrar doña Manuela, todo se invertía en médico y botica.
Su respuesta fue prueba de que comprendía cuanto había ocurrido. ¡Adiós, hijo mío: sé dichoso y acuérdate alguna vez de nosotros! ¡Adiós, padre; rogaré al Señor por ustedes! En seguida Tirso sacó a rastra sus dos baúles hasta el pasillo, diciendo a Leocadia: Hasta luego: ya vendrán por eso. Y bajó la escalera inmutable, con los ojos enjutos.
Otra obra tomó Tirso, guardándola para leer a solas; pero como Leocadia le sorprendiera varias veces con ella en la mano, entró en curiosidad y, observando que metía el libro en el cajón de la mesita de su alcoba, que tenía llave muy chica, intentó y consiguió abrirlo con la de su costurero.
Esta actitud de Leocadia, su exigencia, descaradamente manifestada, y aquel despego junto con el afán de salir, hicieron sospechar a Pepe que la manía devota fuese encubridora de próximos y mayores males.
Leocadia cogió la llave de encima del aparador, y salió sin precipitarse. Oyose a poco en la escalera ruido de pasos sofocados por risas, y entraron con Leocadia en la habitación dos hombres jóvenes, pero de tipo distinto.
La mesa estaba cubierta con un mantel de granillo, con lista roja en el borde, y sobre su dudosa blancura de lejía casera destacaban cinco platos y otros tantos cubiertos con sus panes: bizcochada para doña Manuela, que tenía pocos dientes, panecillos bajos para Pepe, Leocadia y Millán, y para don José rosca muy cocida, pues el viejo hacía alarde del poder de sus mandíbulas, única fuerza que le quedaba.
Bien; pues ellos no nos querrán a los demás, pero los demás bien nos valemos sin ellos.... Para comer yo no les he de pedir. Y el hijo, si me quiere decir algo, ha de ser con el cura de la mano, que si no.... Echose a reír la Comadreja y le citó ejemplos dentro de la misma Fábrica: ¿qué les había sucedido a Antonia, a Pepita, a Leocadia?, y eran las que más hablaban y más cosas decían.
Cuando por la noche estaban doña Manuela y Leocadia acostando a don José, éste dijo a su hija: ¿Suele venir Pepe muy tarde? No: casi siempre antes de las doce. Pues espérale hoy y dile que entre a la alcoba: tengo que hablar con él. Madre e hija adivinaron de lo que se trataba, mas ninguna dio a entender la sospecha. A todos sorprendía por igual el prolongado silencio de Tirso.
Ignoramos el motivo de su venida; ni palabra sabemos de sus propósitos, nada nos ha dicho. Hace poco tiempo escribió que tal vez tuviera que hacer un viaje a Madrid: luego lo dio por cosa segura, ahora anuncia que llega. Mis padres, como es natural, se alegran; en Leocadia y tu Pepe, si he de ser franco, el sentimiento que domina es el de la curiosidad.
Durante la cena, a que el enfermo no asistió, los dos hermanos no se dirigieron la palabra; Pepe estuvo con su madre y con Leocadia tan afectuoso como siempre; ellas con él, frías y reservadas. Después se encerró en su cuarto, sintiendo que el llanto se le agolpaba a los ojos.
Palabra del Dia
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