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Actualizado: 1 de julio de 2025
El marqués lanzaba estas lamentaciones ante el joven, olvidando momentáneamente su intervención en la obra.
¿Lo ves? saltó aquí el hombrazo, con un vozarrón que aturdía. ¡Ya sacastes la pata!... ¡ya la jicistes! ¿En qué? preguntó mi tío, fingiendo extrañeza, mientras el Cura reía a borbotones y lanzaba latines y yo no sabía qué pensar de todo aquello...
La pequeña ciudad le pareció más fría y más triste que la víspera. La sombra que la iglesia de San Juan lanzaba sobre el húmedo patio de la casa de Voinchet parecía extenderse y penetrar hasta el fondo del alma del inspector general... Esto le hizo tomar la resolución de adelantar todo lo posible su partida.
Ningún efecto le hacían. Seguía atento, imperturbable, sin mirar a los lados, y eso que observé con cólera que sus vecinos reían cada vez que lanzaba el «¡Olé!» No pude saber entonces, ni a estas horas sé aun, si aquel individuo me admiraba sinceramente o era todo guasa viva, por más que me inclino a lo segundo.
El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín.
El tren se lanzaba por aquel campo triste, como inmenso lebrel, olfateando la vía y ladrando a la noche tarda, que iba cayendo lentamente sobre el llano sin fin.
Y soltó la palabra gorda, sin despojarse de su seriedad, como lanzaba siempre las expresiones más atroces. Desde aquel día modificó su camino, para huir de los que tenían fe en la exactitud de sus paseos. Algunas veces hablaba a su nieto de las antiguas grandezas de la casa. Los descubrimientos geográficos habían arruinado a los Febrer. El Mediterráneo no era ya el camino de Oriente.
No lo creo respondió Van-Horn . Creo más bien que se trata de una venganza. Preparémonos a hacer fuego. Entretanto, los arfakis sujetaban con bejucos a la espalda del desgraciado un haz de hojas secas. El prisionero lanzaba gritos y se revolvía furiosamente.
De repente pasaba rozándose casi un tren en sentido contrario que, como un dragon enfurecido, lanzaba su aliento de fuego y de vapor para desaparecer al mismo instante. Nada mas fantástico que uno de esos cruzamientos de trenes, sobre todo bajo la bóveda sombría de un túnel, donde el silbido de la locomotiva parece un grito de muerte ó de agonía suprema.
Morir... ¡Bueno, se resignaba!; por el pobre viejo lo sentía, falto de ayuda. Pero al menos que muriese como su madre, en plena primavera, cuando todo el huerto lanzaba risueño su loca carcajada de colores; no cuando se despuebla la tierra, cuando los árboles parecen escobas y las apagadas flores de invierno se alzan tristes en los bancales.
Palabra del Dia
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