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Actualizado: 1 de julio de 2025


Este le dio las gracias con bondad y miró el presente muy cerca, distraídamente, porque estaba acostumbrado a examinar así todo lo que tomaba en las manos. Entretanto, los ojos redondos, brillantes y sorprendidos del pequeño Aarón estaban fijos en él; el niño se había parapetado tras de la silla de su madre y desde allí lanzaba sus miradas furtivas.

Todo fué en vano: las tinieblas de la noche vencían ya el crepúsculo de la tarde, y la luna, suspendida en los cielos como lámpara de oro, lanzaba delante de sus rayos las sombras gigantescas de los cubos y lienzos de la muralla.

En esta forma, con el rostro encendido y los ojos llameando de cólera, dio la vuelta hacia el pueblo sin despedirse de su compañero, llevando medio en suspensión al chico, que lanzaba quejidos lastimeros. El P. Gil le contempló estupefacto hasta que le perdió de vista. Permaneció todavía unos momentos inmóvil, abstraído.

Estábamos envueltos por el enemigo, cuya artillería lanzaba una espantosa lluvia de balas y de metralla sobre nuestro navío, lo mismo que sobre el Bucentauro.

Don Juan Príncipe se dirigía a través de los arrabales del pueblo hacia el hotel, mientras el tren de la tarde lanzaba en un silbido su habitual e indignada protesta al tener que pararse en Génova.

Y al mismo tiempo miraba atrás, viendo con gozo que el transeúnte importuno había desaparecido. Ahora que se lanzaba; esperaría a pasar la plaza del Mercado, y así que entrase en la calle de Gracia, soltaría su declaración. Tónica vivía en esta calle, poco tiempo le quedaba para espontanearse, pero cuando se lleva una cosa bien pensada, basta con pocas palabras.

Reconocía al pasar cada uno de los sitios por donde había paseado con sus agitaciones de joven ambicioso, edificando sus ensueños de fortuna y de ascenso en su carrera. En aquellos tiempos se sentía lleno de confianza en mismo, se lanzaba por los caminos del porvenir con la intrépida audacia de un aventurero que marcha a la conquista del becerro de oro.

Inmediatamente la superiora entró en la celda que mi madre ocupaba, y vio que el agua caliente se derramaba por el suelo rebosando del baño; la espita abierta, lanzaba a borbotones sobre el cuerpo desnudo de mi madre, aquel hirviente líquido, parecido a un manantial de fuego, que abrasándole pecho y espaldas la había privado del conocimiento.

Cuando lanzaba una de esas miradas fugaces y vivas como un relámpago de estío, parecía que el alma se asomaba un instante á los ojos, poníase al tanto de todo y se entraba otra vez, y velozmente, en su retiro. Hablaba poco y sonreía á menudo. Los tertulios viejos de D. Marcelino no tenían boca bastante para elogiar su modestia y afabilidad.

La Esfinge dejó caer de sus manos la media que había cogido para entretenerse mientras hablaba Ángel, y don Santiago, que, aunque, vuelto a su sillón, todavía lanzaba ojeadas al retrato de Luz colocado sobre la mesa, volvió la mirada, mirada de angustia y desconsuelo, hacia su mujer, cuyo rostro daba frío, pero frío de tumbas y de subterráneos.

Palabra del Dia

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