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Actualizado: 20 de junio de 2025
Boz fue oyda en Rhamá, lamentacion, lloro, y gemido grande: Rachel que llora šus hijos: y no quišo šer conšolada, porque perecieron. Mas muerto Herodes, heaqui el Angel del Señor apparece en šueños
-Amaneció -prosiguió Sancho-, y, apenas me hube estremecido, cuando, faltando las estacas, di conmigo en el suelo una gran caída; miré por el jumento, y no le vi; acudiéronme lágrimas a los ojos, y hice una lamentación, que si no la puso el autor de nuestra historia, puede hacer cuenta que no puso cosa buena.
Quisiera tener amigos en toda la tierra, interesar a la Naturaleza entera en mi suerte, emocionar hasta a las mismas piedras y que de los cuatro puntos del mundo se elevase al cielo una tal lamentación y una tal plegaria, que Dios se conmoviese. El es bueno, es justo; yo no le he desobedecido jamás, nunca he hecho mal a nadie.
La voz exasperada del tenor, como si fuese un eco del pensamiento de Ferragut, lanzaba una romanza de la fiesta de Piedigrotta, una lamentación de amor melancólica, un cántico á la muerte, última madre de los enamorados sin esperanza. ¡Todo mentira! dijo Freya riendo . Estos mediterráneos... ¡qué comediantes para el amor!... Ulises quedó indeciso, no sabiendo si se refería á él ó al cantante.
Después de esta lamentación siguió hablando, en medio de un profundo silencio. Todos los ojos estaban fijos en él. Sus compatriotas esperaban un cuento divertido que les hiciera reir ó una historia interesante que les obligase á estirar el cuello con asombro y curiosidad, hasta la hora de acostarse.
Pero no fue así, porque, habiendo entreoído el Caballero del Bosque que hablaban cerca dél, sin pasar adelante en su lamentación, se puso en pie, y dijo con voz sonora y comedida: ¿Quién va allá? ¿Qué gente? ¿Es por ventura de la del número de los contentos, o la del de los afligidos? -De los afligidos -respondió don Quijote.
Por aquel portillo, es decir, por la dulce e inofensiva lamentación del boticario, salió a plaza, provocada con verdadero interés por Bermúdez, la historia de toda la familia de don Adrián. Al morir la boticaria, catorce años hacía, le quedaban cuatro hijos de los catorce que había tenido en su afortunado matrimonio. De los cuatro hijos, tres eran hembras.
Pero después de esta lamentación, su coquetería amorosa le hizo explicarse para excusar los defectos que pudiera tener su vestido. Me lo ha prestado la esposa de mi colega el profesor de Física. Sé bien que es de forma algo anticuada. Hay muchos hombres que visten mejor.
Y tú callarías porque me quieres, y lo soportarías todo con resignación; lo creo; te conozco bien... ¡Pero el remordimiento de haber accedido yo a tu locura! ¡La tristeza de no haberme opuesto con mi experiencia de hombre! ¡El miedo de adivinar en una palabra tuya, en una mirada, la lamentación del pasado! Entonces sería cuando nos perderíamos para siempre. No; mejor es separarnos ahora.
Y cuando la señora calló, aniquilada, él prorrumpió en amarga lamentación contra la suerte negra que le acompañaba en la vida: de niño, torturado por la severidad exagerada del padre; de joven, castigado por la pérdida de la mujer y de su fortuna, y ahora, de viejo, obligado a abandonar la última ilusión que le quedaba y le sostenía: ¡su hijo!
Palabra del Dia
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