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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Allí estaban los libros de siglos pasados. «¡Dios mío, pensaba sin querer Bonis, bien antiguos son estos líos del papel sellado y las triquiñuelas de los escribanos!». Sin saber por qué, se acordó de haber oído describir las bodegas de Jerez y las soleras de fecha remota, que ostentaban en la panza su antigüedad sagrada. «¡Qué diferencia, pensó, entre aquello y esto!».

Nada de dominaciones, ni de Estados Unidos de Europa y otros líos: contentábase con ser un hombre que tuviese asegurada la satisfacción, sus necesidades, y pasase la vida plácidamente entre la abundancia y el estudio. Y el joven, al escribir sus traducciones, soñaba con tener algún día habitación propia, muchos libros y algunos objetos de arte.

En una extremidad de dicha habitación había cierto número de barriles, amontonados unos sobre otros, y llenos de líos de documentos oficiales, de los cuales gran número yacía también en el pavimento. ¡Tristeza causaba pensar en los días, y semanas, y meses y años de trabajo que se habían empleado en esos papeles enmohecidos, que eran ahora simplemente un estorbo, ó estaban ocultos en un olvidado rincón donde jamás ojos humanos les darían una mirada!

Primero quiso que me fuera a vivir con él; luego desistió de ello comprendiendo que en Madrid no puede ser, porque aquí se toleran los líos de casadas, pero no se consiente que vivan juntos un hombre y una mujer libres, que no deshonran ni envilecen a nadie. Total, que acabó por ponerme casa, ¡y qué casa! Y para mi persona ¡que lujo!

La mujer y su padre comenzaron á abrirse paso sin que nadie intentase impedírselo y Gualtero y Roger fueron tras ellos. Un momento, camarada, dijo Simón á Roger. Ya que esta mañana has hecho proezas en la abadía; pero te recomiendo alguna prudencia en eso de sacar la espada á relucir. Mira que he sido yo quien te ha metido en estos líos y que si te pasa algo lo sentiré de veras, muchacho.

Pero enredándose en estos líos muchas veces, fué al mostrador; llenóle con la tiza de números como la palma de la mano; los borró dos veces con saliva y la manga del chaquetón; escribiólos de nuevo, y al fin volvió a la mesa, diciendo en seco: Tres pesetas, con la estaca.

En medio del cuarto apilaba sillas, y entre los huecos de ellas ponía cacharros, trebejos, la piedra de machacar carne, la mano del almirez, líos de trapo, escobas y cuanto encontraba a mano. El gato iba encima de todo. Después empezaba a descargar latigazos sobre el montón, y si alguna cosa se caía, allí eran los gritos y el patear.

No había otro como él para atravesar de noche ciertas calles con un bulto bajo la capa, figurándose mendigo con un niño a cuestas. Ninguno como él poseía el arte de deslizar un duro en la mano del empleado fiscal, en momentos de peligro, y se entendía con ellos tan bien para este fregado, que las principales casas acudían a él para desatar sus líos con la Hacienda.

Palabra del Dia

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