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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Quién sabe lo que Dios le tiene á usted reservado en el mundo. ¿A ? : tal vez días de felicidad al lado de personas que le amen. ¡Oh, cuántos seres existirán tal vez que se crean felices sólo con que usted lo sea! Yo que los habrá. ¡Qué buena es usted, señora! repitió Lázaro. Para no puede haber nada de eso. O no merezco otra cosa, ó estoy maldito de Dios.

Por fin, después de mucho tiempo, daba un suspiro y volvía en si. ¿Y eso le pasaba con frecuencia? Si; muchas veces. Hay una enfermedad dijo Lázaro que llaman la catalepsia, y consiste en un paroxismo, durante el cual la persona pierde el movimiento y el habla, quedándose como muerta.

Como llegan tardía y débilmente al oído los ecos de la tormenta lejana que va aproximándose por instantes, sintió Lázaro ir llegando a su alma vagos presentimientos de dudas y temores, misteriosos anuncios de un porvenir preñado de lágrimas e insomnios.

Cómo se acomodó Lázaro en su pueblo y qué medios de subsistencia pudo allegar, es cosa larga de contar. Baste decir que renunció por completo, inducido á ello por su mujer y por sus propios escarmientos, á los ruidosos éxitos de Madrid y á las lides políticas.

El portero, que era hombre de mal genio con los humildes, le contestó con muy desagradable talante que no estaba. Lázaro se quedó parado un buen rato, mirando al portero, como si le pareciera inverosímil la declaración de aquella sibila con gabán galonado. Este creyó que no lo había dicho bastante claro, y repitió: ¡No está!

Las dos viejas, que volvían la espalda al segundo grupo, no veían nada; pero Lázaro, que estaba de frente, notaba la expresión atentamente curiosa y fascinadora de aquellos dos ojos, y se preguntaba qué podía haber en su fisonomía y en su persona que pudiera excitar la curiosidad infatigable de aquella señora.

Era una cadena de eslabones humanos brutalmente ensartados; gente forjada del Rey que iba a las galeras; una cuerda de presos. En torno suyo caminaban custodiándoles, sable en mano o arma al brazo, unos cuantos soldados. Lo que Lázaro había visto brillar en lontananza eran los hierros de las bayonetas.

Señora contestó con mucha sorpresa. ¿Usted aquí á estas horas? ... con esa fiebre ... ¿No está usted enferma? ¿Yo? ... murmuró ella con una especie de extravío; ¿yo? ... no ... yo estoy buena. Estoy mejor. Creí que estaría usted durmiendo. Le conviene el reposo. Yo contestó ella con una singular entonación que alarmó á Lázaro, yo ... yo no duermo, yo no puedo dormir.

Pero la aman á medias dijo el Doctrino, porque no aman el verdadero sacerdocio de la revolución, que es destruir. Ya se ha destruido bastante indicó Lázaro: hagamos lo posible por llevar aunque no sea más que una piedra cada uno al gran edificio que se ha de levantar. Nada de eso: sin destruir es inútil pensar en edificar.

Cuando ella vió que no estaba herido, que no le faltaba ningún brazo, ni media cabeza, ni tenía en el pecho ningún tremendo, sangriento agujero, como ella había soñado con horror, se quedó tranquila y en extremo contenta. ¡Si vieras lo que he hecho esta noche! dijo Lázaro, sentándose fatigado y sin aliento junto al lecho.

Palabra del Dia

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