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Comprendió también que era un joven distinguido, rico é influyente, y su admiración tuvo mucho de respeto. ¿Pero á qué circunstancias debo este gran favor que usted me ha hecho? decía Lázaro. Quiero saber cómo podré pagar....

Veinte y treinta días se pasan muy pronto cuando hay citas cuotidianas en una huerta, diálogos anhelantes, dudas no resueltas, preguntas mal contestadas y angelitos bordados con los labios negros. Así es que llegó un día en que Lázaro se puso á jurar por todos los santos del cielo que no permitía que Clara se fuera de allí.

Lázaro tosió; el auditorio tosió también. La primera palabra se hacía esperar mucho; por fin el orador tomó aliento, y desafiando aquel abismo de curiosidad que se abría ante él, comenzó á hablar. #La primera batalla#. Lázaro era un poco retórico en la augusta cátedra del club democrático de Zaragoza.

Despidiéronse los viajeros de Pascuala, y se dirigieron, acompañados de Bozmediano y su gente, al portillo de Gilimón. Muy aprisa, por no dar lugar á que algún curioso los descubriera, subieron al coche. El cochero y su zagal iban en el pescante; un criado, hombre fuerte, armado de fusil, iba dentro con Lázaro y Clara.

Si dijo Lázaro confundido; pero yo no quise decir que se llegara á ese fin quitando, puñal en mano, todo obstáculo; yo quiero que se llegue á ese fin por los medios legales. , usted quiso decir eso; pero la gente lo entendió de otra manera, y esta noche va usted á ver cómo se entienden esas cosas.

Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron remediar. Y ansí, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro, mas no sin hambre, y medio sano. Luego otro día que fuí levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome: "Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío.

Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el suyo, porque, como comencé a comer y él se andaba paseando llegóse a y díjome: "Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le pongas gana aunque no la tenga." "La muy buena que tienes -dije yo entre - te hace parecer la mía hermosa."

Así se deslizaba el tiempo para Lázaro, que, impensadamente tal vez, desvió sus miradas del espectáculo del mundo para fijarlas en lo que de cerca le rodeaba.

Iba á salir; pero Lázaro, trémulo de asombro, le detuvo, y le dijo con mucha turbación: Pero, señor, no me abandone usted, hábleme usted. Yo quiero que pensemos de la misma manera. A pesar de todo, el anciano le inspiraba respeto y veneración; y al ver que reprochaba sus ideas, sintió ese impulso de subordinación tan natural en un joven da temperamento impresionable.

En este tiempo tenía ya yo echada la aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa; y después fue ya más harto de reír que de comer, el bueno de mi amo díjome: "Verdad es, Lázaro; según la viuda lo va diciendo, tuviste razón de pensar lo que pensaste.