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Actualizado: 4 de julio de 2025
El mancebo le escuchó sorbiendo sus palabras como precioso jugo de sabiduría. Habían llegado, entretanto, a la plazuela de la Catedral. El templo levantaba su mole religiosa y guerrera en la calma cerúlea del anochecer. Un último reflejo dorado se apagaba en sus almenas. El aire traía un tufillo de sartenes.
Körner la dirigía como ingeniero, y Nepomuceno estaba al frente de la Sociedad comanditaria que le daba el jugo crematístico. A los Valcárcel, agotados, les habían dejado algo, muy poco, y sin saberlo ellos apenas. La fábrica de pólvora estaba implantada en los terrenos de la vieja, como llamaban ya a la fábrica primitiva.
De cuando en cuando, y coincidiendo con los momentos en que la argumentación exigía mayor sutileza, mi amigo oprimía nerviosamente la chirimoya, como si quisiera extraerle todo el jugo. Y entonces se me venía a la imaginación la imagen prodigiosa de Le Penseur, de Rodin.
No debían acordarse de este mal inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...»
Al mismo tiempo, un extraño temor comenzaba a agitarle. ¿Qué era aquello del jugo de hierbas hechiceriles que le habían hecho beber sin que él lo advirtiera? ¿No habría mediado, en verdad, como el clérigo decía, algún filtro, algún bebedizo diabólico?
No era una madre dolorosa. La madre no abandona á su hijo: renuncia á todas sus vanidades por él; abdica su presente y su porvenir, como si no tuviese más vida que la de este pedazo de su propia carne; le da el jugo de sus pechos y todas sus horas; sigue minuto por minuto su desarrollo, batiéndose con la enfermedad, burlando al peligro; no espera para amar el esplendor de la adolescencia triunfante... ¡mientras que la otra!...
Pero ¿cuándo se fué?... ¿En dónde está?... Se fué anteayer, y debe estar en París. ¡Un disparate su viaje! Imagínese, Alteza, que en los últimos días jugó con una suerte magnífica, hasta ganar veinte mil francos. ¡Si hubiese seguido!... Pero no quiso: tenía prisa. Me dió quinientos francos, y los perdí inmediatamente; era muy poco dinero para mi combinación.
CHULETAS DE CORDERO EMPANADAS. Después de rehogadas en manteca, pero sin que adquieran demasiado color, se dejan enfriar con su jugo, se preparan con yema de huevo, y pan en la forma ya conocida, se asan a la parrilla a fuego lento, y se sirven con jugo claro o zumo de limón.
Cañadulce se siembra muchísima en este pueblo, y se venden, ocho ó diez por un cuarto; del jugo no se hace azúcar, pero sí unas panochas llamadas pacascás de que hacen gran consumo. El ajonjolí se siembra, pero con el solo objeto de hacer un poco de aceite, que el indio emplea en frotaciones en todas sus enfermedades.
Era un espectáculo encantador el de aquellas jóvenes de trajes cortos y claros, moviéndose flexibles y graciosas en aquel cuadro alegre. Se jugó durante un buen rato; luego, como se sintiera el fresco de la tarde, la señora de Blandieres propuso ir hasta la playa a admirar la puesta de sol, famosa en Etretat.
Palabra del Dia
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