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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Pues Joaquín la sumergirá en sus tonos rosados. ¿Dibuja usted con el pincel como los verdaderos, como los puros...? Pues él le hará «acusar» el contorno. ¿Ama usted su arte? Pues él la obligará a caer en el oficio: las «Lavanderas» almibaradas y las «Pastoras» de confitería.
Marqués del Belpuche D. Alberto Dameto y Español, Antonio Custurer y Garriga, D. Juan Bautista Bordils y Truyols, Ciudadanos militares; Francisco Cañellas, Pedro Andrés Campos, Mercaderes, y Joaquín Bassa, Cirujano, que con otros personajes de la Ciudad, ocupaban el primero; autorizando el segundo el Muy Ilustre Cabildo de esta Catedral.
Pedro Lobo, pues, vino a ser el encanto de D. Joaquín, quien siempre quería tenerle en su casa, de suerte que, cuando Pedro Lobo, retenido por sus quehaceres, dejaba algún día de venir o retardaba su venida, D. Joaquín iba a buscarle y no paraba ni descansaba hasta que se le traía consigo.
Creía el señor Joaquín a pie juntillas haber dado educación bastante a su hija, y aun le pareció de perlas el destrozo de valses y fantasías que sin compasión ejecutaban en el piano sus dedos inhábiles.
D. José Joaquín Domínguez, magistral, a lo que entiendo, de la santa iglesia catedral de Guadix, todo cuanto llevo contado en cifra está primorosamente contado por extenso, con rara y castiza elegancia de estilo, con espontánea naturalidad y con tal viveza y con tal riqueza de colorido que acreditan de excelente e inspirado escritor a quien lo hace, demostrando además que pinta lo que ha visto, que lo toma del natural y que siente y ama y refleja en su alma toda aquella hermosura, no ya sólo como en fiel espejo, sino adornada, glorificada e iluminada asimismo por ideales resplandores.
12 Entonces salió Joaquín rey de Judá al rey de Babilonia, él, y su madre, y sus siervos, y sus príncipes, y sus eunucos; y lo prendió el rey de Babilonia en el octavo año de su reinado.
Joaquín siguió algunos minutos hablando de aquellas bromas y se despidió. ¡Pobre diablo! dijo Mesía. Es pesado como un plomo. Callaron. Vegallana miraba de soslayo a su amigo de vez en cuando. Don Álvaro iba pensativo. Aquel silencio era de esos que preceden a confidencias interesantes de dos amigos íntimos.
Quería ir pronto a la oficina, donde tenía cita con el marqués de Fúcar y con el ministro para tratar de salvar al Tesoro, haciéndole un préstamo. «¡Ah!, se me olvidaba... murmuró, echando la vista sobre una carta . Francisco, dile al señorito Joaquín que suba». Joaquín Pez, el mayor de los Pececillos, tenía treinta y cuatro años.
Pero que ahora estaba tan agradecido del cortejo que le habia hecho D. Joaquin de Espinosa, y tan satisfecho de su amistad, que no habia podido callarle nada, y así le habia abierto su pecho, para decirle la verdad de todo lo que sabe.
Después de pasar revista a su tesoro negativo, gritó: «D. José», y como D. José, a causa del ruido que él mismo hacía, jugando con Joaquín, no pudiera oír la voz de su ahijada, esta tuvo que levantarse a llamarle por la puerta de la alcoba. «¡Venga usted acá, por Dios!... ¡Hija, no te había oído!».
Palabra del Dia
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