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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Primero se convino en acudir a la señora de Jáuregui; pero luego creí mejor embestirla a usted directamente, y apelar a su conciencia, porque me parecía a mí que llamando a esa puerta, alguien me respondería desde dentro.
En realidad, ella no entendía jota de política, y si era liberal, éralo por sentimiento, como tributo a la memoria de su Jáuregui y por respeto al uniforme de miliciano nacional que este tan gallardamente ostentaba en su retrato. Pero si le hubieran dicho que explicara los puntos esenciales del dogma liberal, se habría visto muy apurada para responder.
Si usted se obstina en callarse, creeré que la causante de toda esta tragedia es usted y nada más que usted». Fortunata se volvió hacia ella. Su palidez era como la de un muerto. «Vamos a ver añadió la de Jáuregui manoteando . Si mi sobrino me vuelve a preguntar si ha entrado usted, ¿qué le digo?».
Es lo más amable... replicó doña Desdémona, y llevándola aparte, añadió : Si está bueno y sano... ¡Si viera usted qué contento y qué tranquilo...! Nada, como la persona de más juicio. Yo creo dijo la de Jáuregui , que si no está curado, le falta poco. ¿Y qué hay de eso? Esta mañana volvió Quevedo. Todavía nada... Esperando por momentos... Ella, con mucho miedo.
Manso de Velazco, Amat, Jáuregui, O'Higgins y Avilés, después de haber gobernado en Chile, vinieron a ser virreyes del Perú.
Hallándose presentes la de Jáuregui y su sobrina, estuvo la Dura un ratito como quien desea romper a toser y no puede. Las tres mujeres la miraban con pena, lamentándose de no saber aliviarle aquel ahogo... «Bebe un poco de agua» le dijo Fortunata incorporándose. Pero aquello pasó, y la infeliz volvió a hablar, cortando mucho las frases y tomando aire a cada palabra.
Señores, D. Agustin de Jauregui y D. Juan José de Vertiz, pensaron sériamente al remedio de tantos males.
Había de conocerse hasta en los menores detalles, que la visitada era una moza de cáscara amarga, con recomendables pretensiones de decencia, y la visitante una señora, y no una señora cualquiera, sino la señora de Jáuregui, el hombre más honrado y de más sanas costumbres que había existido en todo tiempo en Madrid o por lo menos en Puerta Cerrada.
En dicha sala recibían visitas las monjas, y las recogidas a quienes se permitía ver a su familia los jueves por la tarde, durante hora y media, en presencia de dos madres. Adornada con sencillez rayana en pobreza, la tal sala no tenía más que algunas estampas de santos y un cuadrote de San José, al óleo, que parecía hecho por la misma mano que pintó el Jáuregui de la casa de doña Lupe.
El excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, natural de Navarra y de la familia de los condes de Miranda y de Teba, caballero de la Orden de Santiago y teniente general de los reales ejércitos, desempeñaba la presidencia de Chile cuando Carlos III relevó con él, injusta y desairosamente, el virrey don Manuel Guirior.
Palabra del Dia
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