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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Fuése el ministro, y es de creer que se fué satisfecho por haber dicho cosas que sólo en aquellos momentos de irritación y sobresalto se hubiera atrevido á decir al Soberano. Feliú era hombre tímido, y es la verdad que á su indecisión se debieron muchos de los lamentables sucesos ocurridos en aquel trastornado período.
Don Fermín estaba como aterrado, pendiente el alma de los vaivenes de aquel borracho, de las palabras que más eructaba que decía: «¿Podía una copa de cognac, una comida algo fuerte, un poco de Burdeos, producir aquella irritación en la conciencia, en el cerebro o donde fuera?». No lo sabía, pero jamás la presencia de una de sus víctimas le había causado aquellos escalofríos trágicos que se le paseaban ahora por el cuerpo.
¡Ah! ¡le conocéis...! ¡os ha enviado él...! ¡ama á la otra...! ¡ama á doña Clara...! ¡y se casará con ella...! ¡oh! ¡no! ¡no se casará! ¡será necesario para ello que me haga pedazos la Inquisición! ¡Oh, Dios mío! exclamó á su vez el padre Aliaga. ¿Pero qué te ha dado ese hombre? exclamó con irritación el tío Manolillo ; ¿qué te ha dado que te ha vuelto loca?
Ambas cosas le produjeron en breve, no hastío, pues el verdadero hastío es enfermedad moral propia de los muy refinados y sibaritas de entendimiento, sino irritación y sorda cólera, hija de la secreta convicción de su inferioridad.
Se habría dicho que Roberto necesitaba mucho tiempo para encontrar palabras capaces de expresar su pensamiento. ¿Cómo es que jamás he sabido que estabas enferma? concluyó por decir. No lo sé replicó ella con una dulzura en que se descubría un poco de amargura. ¿No podías escribírmelo? Pero, ¿acaso nos escribimos? Roberto empujó con irritación el pie de la mesa.
A Dios gracias, todo ha terminado; temo solamente que lo ocurrido ocasione entre la princesa y mi hijo una frialdad y una irritación secreta que vaya alejando poco a poco su amistad de aquella casa, en la cual hubiera tenido unos protectores desinteresados.
Había acabado por sentarse á otra mesa, con la vaga esperanza de que se acordase también de ella la suerte; pero los murmullos que venían del «treinta y cuarenta» anunciando nuevas victorias la ponían nerviosa, atribuyendo á esto la pérdida de varias piezas de veinte francos. Cuando vió perdidos doscientos, su irritación necesitó desahogarse en alguien.
Desde entonces vivió en un estado de perpetua irritación, siguiendo con afanoso interés los incidentes del litigio, apurando al procurador, a los abogados, buscando influencias que contrarrestasen las poderosas del duque.
Tú razonas así: Soy rico, y por lo tanto, tengo derecho a ser inútil; y con arreglo a tan luminoso raciocinio tu título de nobleza ha venido a parar en privilegio de holgazanería. ¡Padre mío! exclamó Magdalena, atemorizada por la irritación creciente del señor de Avrigny. ¿Qué es lo que dice usted? ¡Nunca le he visto tratar a Amaury de ese modo!
¡Don Francisco! exclamó con irritación el rey. ¡Señor! contestó Quevedo inclinándose profundamente. ¿No tenéis nada de qué quejaros? Quéjome de mi fortuna. ¿Ni nada tenéis que pedir? Sí, por cierto, señor; todos los días pido á Dios paciencia. El rey se calló y abrió de nuevo su devocionario.
Palabra del Dia
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