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Actualizado: 9 de junio de 2025


Esta ilusión, que era entonces común en las turbas infantiles, a pesar de la reciente trágica muerte del héroe, se va extinguiendo ya conforme se desvanece aquella enérgica figura.

Jaime, en medio de la vaguedad de sus recuerdos infantiles, contemplaba con saliente relieve la figura de su abuelo. Jamás había encontrado una sonrisa en aquel rostro de patillas blancas, que contrastaban con sus ojos negros e imperiosos. Los de la casa tenían prohibido subir a sus habitaciones. Nadie le había visto más que en traje de calle, con una pulcritud minuciosa.

En mi mano hubo temblores febriles, miedo de no encarnar nunca en las palabras sutiles la voz de mi vida; el miedo de un bebé de cuatro abriles a las brujas y los duendes de los cuentos infantiles. ¿Qué escribir? ¿Qué pensamientos consignar en aquel trozo de papel? ¿Mis ilusiones? ¿La hora triste o la del gozo?

Aquí hizo Lita una pausa, para gozar del efecto de su descripción... En su entusiasmo no vio que el chico, con sus infantiles ojos negros húmedos de piedad y de ternura, meneaba incrédulo la cabeza... Y ella prosiguió, alzando su vocecilla de plata: Yo que esa hada va a curarme y entonces podré saltar y correr, y cuando seamos grandes, ¡los dos nos casaremos!...

Ya puede V. imaginarse que yo iba gozando como los ángeles en el paraíso, y pendiente de los labios de aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría.

Además, al año siguiente iba a hacer su entrada en la vida activa. ¿No era natural, pues, que emplease a veces en sus relaciones con su hermano un tono paternal? No se avergonzaba, sin embargo, de tomar parte en sus juegos infantiles; a menudo hacía pacientemente el caballo, y se dejaba conducir a través de los patios y de los campos.

Es verdad que hay en ella aspiraciones religiosas en las que yo no puedo seguirla; pero nada estrecho, nada de devociones infantiles como las de nuestra amiguita Elena Lacante. La religión es en Luciana un vuelo del alma hacia las alturas.

Pensaba en él la niña con una dulce seguranza, con un suave y cordial afecto. Salvador era para ella el recuerdo vivo de su felicidad huída, la personificación de sus bellos años infantiles.

PANTOJA. ¡Pero esa loquilla...! Véala usted correteando con los chicos del portero, con los niños de Máximo y con otros de la vecindad. Cuando la dejan explayarse en las travesuras infantiles, está Electra en sus glorias. CUESTA. ¡Adorable muñeca! Quiera Dios hacer de ella una mujer de mérito.

Le seducían en alto grado las escenas de los años infantiles y los primeros pasos que las bienaventuradas habían dado en el camino de la perfección.

Palabra del Dia

irrascible

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