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Actualizado: 11 de septiembre de 2025


La casa del guarda estaba abierta; no había nadie en ella; pero después de buscar algún tiempo vieron a Catalina, ocupada en arrancar las malas hierbas en el jardín. Así que la campesina vió a la joven y a su aya, se incorporó y fué a recibirlas. Una ardiente curiosidad se leía en sus ojos, y, mientras se iba acercando, interrogaba al aya con la mirada.

Por fin, se incorporó; y la empapada cabellera estirose fuera del agua, rígida, pesada, rumorosa, al modo de las algas, cuando la ola desciende.

Inmediatamente después, separó las manos sin que opusiera resistencia la cinta que las ataba, y cerrando ambos puños se frotó con ellos los ojos, como es costumbre en los niños al despertarse. Luego se incorporó con rápido movimiento, sin esfuerzo alguno, y mirando al techo, se echó á reir; pero su risa, sensible á la vista, no podía oirse.

Luego continuó, como si hablase para ella misma: Este encuentro servirá para que yo piense en cosas que nunca hubiese recordado... ¿Por qué volvió usted de tan lejos?... ¿por qué se le ha ocurrido pasear por esta parte de Montmartre que nunca frecuentan los extranjeros ricos?... ¡Ay! ¡la maldita casualidad! De pronto se incorporó, con un reflejo azulado en las pupilas.

Después que hubo anudado las cuatro puntas del pañuelo que contenía el equipaje, se incorporó el hombre, volvió la cara..., y conocí en ella á la del Tuerto: pero más obscura, más triste, más ceñuda que nunca. El pintoresco traje del pobre pescador me explicó en un instante la causa del cambio operado en aquella vecindad.

La enferma, desmejorada por la enfermedad, se había puesto terriblemente pálida por la emoción: se incorporó lo que pudo y sostenida por María, con las manos cruzadas sobre el pecho, abrió la boca para recibir el Cuerpo de Jesucristo.

Ella se incorporó a su vez, y con semblante asustado dijo: Vámonos, vámonos... puede venir de un momento a otro José... ¿Qué José? El hijo del tío Indalecio... el amo del establo. ¿Y a qué ha de venir ahora? A ordeñar las vacas y echarlas fuera. Andrés quedó un instante pensativo.

Después que hubo colocado los efectos sobre la mesa de noche y esparcido la pomada sobre las hilas con un cuchillo, la joven esposa dijo suavemente: Vamos. Gonzalo se incorporó, y desabrochando la camisa expuso al aire su pecho de hércules de circo, a cuyo costado derecho estaba adherida una cantárida. La joven se inclinó para levantar el parche.

El Estudiante se incorporó entonces, supliendo con bostezos y esperezos lo que le faltaba por dormir, y prosiguió el Diablillo, diciendo: Todo este estruendo trae consigo la casa de la Fortuna, que pasa al Asia Mayor a asistir a una batalla campal entre el Mogor y el Sofí, para dar la victoria a quien menos la mereciere.

Volvió a gritar con un acento de desesperación, que desgarraba el alma, pero todo fue en vano, nadie le contestó tampoco; se incorporó de nuevo y arrastrándose con trabajo tanteó las paredes, buscando el botón de la campanilla eléctrica: después de unos minutos lo encontró y lo hundió con desesperación: el silencio era tan profundo que oyó el martilleo peculiar del timbre en el fondo de la casa; esperó, pero nadie vino: llamó de nuevo y siguió llamando incesantemente; la casa estaba sola, nadie le respondía.

Palabra del Dia

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