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Actualizado: 21 de junio de 2025
Corrí las montañas de Ibiza y navegué ante sus costas rojas y verdes en barcos viejos, valientes para el mar, que unos meses del año van a la pesca y otros son dedicados al contrabando.
Febrer, oyéndole, recordaba su visita a la ciudad alta, la Real Fuerza de Ibiza, población muerta, separada del barrio de la Marina por una gran muralla del tiempo de Felipe II, con los intersticios de la piedra arenisca cubiertos de verdes y ondeantes alcaparros. Estatuas romanas sin cabeza decoraban en tres hornacinas la puerta que comunicaba la ciudad con el arrabal.
El vecindario se ponía en armas con los habitantes de Alaró y Buñola, al saber por una barca de Ibiza que veintidós galeotas turcas con algunas galeras marchaban sobre Sóller, la más rica población de la isla.
Le convenía a don Jaime tenerle a su lado: siempre serían dos para defenderse. Y para apoyar la urgencia de la petición, recordaba el enfado del siñó Pep, y la certeza de que éste iba a llevarlo a Ibiza a principios de la semana próxima, para encerrarle en el Seminario. ¿Qué haría el señor cuando se viese privado del más fiel de sus amigos?...
Entre la isla del Espalmador y la de los Ahorcados, donde se abre el paso para los grandes buques, deslizábanse éstos teniendo que luchar con el ímpetu sordo de las corrientes y los dramáticos y ruidosos golpes de agua. Las embarcaciones de Ibiza y Formentera tendían la lona de su velamen para navegar al abrigo de los islotes.
Bueno que allá en tierra firme, donde las gentes son felices y gozan mucho, se ensañase la muerte... ¿Pero aquí? ¿También aquí, en el último rincón del mundo? ¿No había límite ni excepción para la gran entrometida?... Era inútil imaginarse obstáculos. Ya podía el mar embravecerse entre las cadenas de islotes y escollos que van de Ibiza a Formentera.
Ante él erguíase el Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura, que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar fuego.
Aún poseía allá algo: un montón de rocas con hierbajos y conejos; una torre ruinosa del tiempo de los piratas. Lo sabía por casualidad desde el día anterior: se lo habían dicho unos payeses de Ibiza que había encontrado en el Borne. Lo mismo es estar allí que en otra parte... Tal vez mucho mejor. Cazaré, pescaré; voy a vivir sin ver gente.
Sentía en el lagar de sus heridas una fuerte picazón, una rigidez que ponía tirante su carne. Valls adivinó una curiosidad suplicante en los ojos de su amigo. No hables, no te fatigues... ¿Que cuánto tiempo estoy en Ibiza? Cerca de dos semanas. Leí en los papeles de Palma lo tuyo, y al momento me planté aquí. Tu amigo el chueta siempre será el mismo... ¡Los malos ratos que nos has hecho pasar!
Los hombres de los diversos cuartones que de antiguo dividían a Ibiza distinguíanse unos de otros por la manera de llevar el sombrero y la forma de sus alas, diferencia imperceptible para el que no fuese de la tierra. El de don Jaime era idéntico al de todos los atlots de San José y se diferenciaba de los usados por los vecinos de los otros pueblos, todos con nombres de santos.
Palabra del Dia
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