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Las dos se sonrieron satisfechas de la humillación que creían arrojar sobre Elías, retirándole momentáneamente su confianza. Pues si no puede ser, me retiro. Vaya usted con Dios. Si se ofrece algo, señoras ... dijo el realista. Y contra lo que ellas esperaban, el realista se marchó, dejándolas muy contrariadas. ¡Ay! exclamó Salomé, ¿será posible? ¿Qué? dijo Paz alarmada.

Volvió a quitarse el sombrero, y fué ella misma a colocarlo sobre la cama. Cuando se está tan enamorado como yo replicó el joven un poco avergonzado , no puede llamarse nada humillación.

Velázquez mintió; dijo que había recorrido antes otros dos, y que en ellos había bailado; pero aunque tenía por cierto que la vecina se lo diría, no tuvo valor para confesar que había estado antes en su casa, esperando que de aquella conferencia saldría algo que evitase tal humillación.

Es indudable: aun prescindiendo de la virtud sagrada del sacramento, la confesión es un manantial de consuelos; es, cuando menos, un alivio. Confesar a alguien nuestra pena, nuestra humillación o nuestro pecado, es compartirlo todo con él. Pero ¿a qué semejante mío podría yo confesarme?

Un relámpago de alegría iluminó el semblante de Clotilde: alzose velozmente y le echó los brazos al cuello, diciéndole con voz conmovida: ¡Te he perdido, mi pobre Inocencio, te he perdido!... ¡Qué generoso eres!... Pero mira... yo te juro, por la memoria de mi padre, que te he de desquitar de la humillación que acabas de sufrir...

No queremos guerra; por el contrario, deseamos la paz, pero paz digna que no colore tus mejillas ni manche de vergüenza ni rubor tu frente; y te juramos y prometemos, que América con su poder y sus riquezas, podrá quizás aniquilarnos matando á todos; pero esclavizarnos, jamas!!! No; no es ésta humillación el pacto que yo celebrara en Singapoore con el Consul americano Mister Pratt.

Ni yo he firmado nada, iba a añadir Bonifacio; pero se contuvo recordando que había firmado tal; pero había firmado sin leer, sin enterarse, como sucedía siempre, y esta humillación no se la podía confesar al escribano. Sin acabar la frase, y sin dar otras explicaciones, salió de allí avergonzado, aturdido, como si acabara de robarle aquel dinero a don Benito; y se fue derecho al teatro.

Y á pesar de su inveterada fanfarronería, cada día le iba importando menos que los amigos se enterasen de su humillación. Alguna vez, observando ya señales vergonzosas de ella, los más autorizados, como el señor Rafael y Pepe de Chiclana, le hicieron prudentes advertencias. «No era ése el camino para ser feliz.

Pues habría que andar a salto de mata, recatándose, escondiéndose. Cuando el marido volviese, la humillación sería completa. Lo raro, el síntoma grave, consistía en que otras veces no paró mientes ante la perspectiva del placer robado, y ahora . ¡Ruin cosa sería verse obligado a guardar respetos a un marido! Por supuesto que si no estuviera realmente casada ¡ah!, entonces, aun transigiría menos.

Tranquilízate; Quilito está en su cuarto... Yo no quería darte este disgusto, me hubiera callado, pero se trata de algo tan grave, tan grave que... mira, Pablo, no hay otro remedio, no lo hay, aunque te rompas la cabeza buscándolo... Es una humillación para nosotros, lo comprendo, pero, ¿qué hacer, cuando la honra y la vida de Quilito están de por medio?