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Falto de trabajo después de la huelga, se ganaba el sustento yendo de cortijo en cortijo como buhonero, vendiendo a las mujeres cintas, hilos y retazos de tela, y a los hombres vino, aguardiente y periódicos libertarios cuidadosamente ocultos en aquel serón, almacén heterogéneo que, a lomos del borriquillo, vagaba de un extremo a otro de la campiña jerezana.

La reja cerrá. Y entretanto, el cortijo de Matanzuela anda desgobernao, aunque mardita la falta que hago yo con esto de la huelga. Nunca estoy allí: el pobre Zarandilla se lo carga too; si lo supiera el amo, me despedía. Sólo tengo ojos y oídos para celar a tu hermana y que no hay noviazgo, que no quiere a nadie.

«Farinelli tendrá el honor de recibir mañana, antes de comer, al señor duque de Carvajal y a don Fernando, su hijo, en el gabinete particular de la Reina. Huelga añadir que ambos no se hicieron esperar.

En el sitio correspondiente a las grandes rejas que dan a la plaza de Oriente, sobre la cornisa, la huelga duraba toda la noche con gran animación, risas, guitarreo y algún refresco de horchata de cepas. Doña Cándida trinaba contra estos desórdenes, porque no podía pegar los ojos en toda la noche, y amenazaba a los transgresores con denunciarlos al Inspector general.

Había, no obstante, un personaje que no llevaba bien aquel alboroto, sino que estaba escandalizado de la constante huelga, si bien lo disimulaba y sufría porque era prudentísimo. Era este personaje el administrador o comisionista encargado de las mercancías y de sus ventas, compras y cambios.

»Viendo esto, desatamos a los moros, y uno a uno los pusimos en tierra, de lo que ellos se quedaron admirados; pero, llegando a desembarcar al padre de Zoraida, que ya estaba en todo su acuerdo, dijo: ¿Por qué pensáis, cristianos, que esta mala hembra huelga de que me deis libertad? ¿Pensáis que es por piedad que de tiene?

Calentarlos y ponerlos en disposición de funcionar, costaba una fortuna. Si se apagaban había que derribarlos y hacerlos nuevos: asunto de medio millón. Un descuido en el trabajo, una huelga, podía costar la existencia á aquellos gigantes de la industria, que sólo vivían ardiendo y tragando combustible á todas horas.

Nunca se había visto, ni en tiempo de la Tiplona, mientras esta fue cantante, que las partes de una compañía permanecieran un año seguido, y algo más, en la ciudad, fuera trabajando o en huelga.

Como era costumbre en ella, había hecho hablar a los periódicos de Madrid de la huelga de Jerez, ennegreciéndola con sombríos colores, hinchándola, como si fuese una calamidad nacional. Se censuraba a los gobernantes por su abandono, pero con tales arrebatos de urgencia, que no parecía sino que cada rico estaba sitiado en su casa, defendiéndose a tiros contra una muchedumbre famélica y feroz.

El señorito conocía el medio de terminar esta anarquía. Al gobierno tocaba gran parte de culpa. A aquellas horas, habiéndose iniciado la huelga, debía tener en Jerez un batallón, un ejército, si era preciso, y cañones, muchos cañones.