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Recuerdo el miedo que me causaba al despertar en medio del sueño ese monótono murmullo del silencio nocturno, reagravado por el bulto humano, horroroso, amenazante, que parecían formar las ropas de mi padre puestas al acaso sobre una silla, y en cuya ingeniosa y casual combinación creía ver el cuerpo de un ladrón o de un bandido. ¡Oh! ¡Qué alegría, qué desahogo, cuando la mirada, después de un examen ansioso, descubría el fatal engaño y los objetos tomaban su forma natural disipándose el terrible fantasma!

Después de la tempestad, cuando la montaña no desprende ya sobre la llanura rocas quebradas, cuando la atmósfera ha aclarado otra vez, los habitantes de los campos respetados se acercan á contemplar el desastre. Casas y jardines, cercados y pastos han desaparecido bajo el horroroso caos de piedras: allí duermen también el sueño eterno amigos y parientes.

Después, las palabras de su hermana le hacían ver el horroroso despertar al desvanecerse el triste engaño de la embriaguez, la indignación con que repelía a un hombre, al que no amaba, y que aún le parecía más antipático luego de su fácil victoria. Todo había acabado para María de la Luz. Harto lo demostraba la firmeza de sus palabras. Ya no podía ser del hombre amado.

Se adormeció algunos instantes, para despertar con la sensación de un estallido horroroso que le enviaba por los aires. Y siguió desvelado, con sudores de angustia, hasta que en la sombra de la habitación se fué destacando un cuadrado de luz láctea. El amanecer empezaba á reflejarse en las cortinas de la ventana. La caricia aterciopelada del día pudo al fin cerrar sus ojos.

En la imaginación del joven, aquella calle había sido mutilada de un modo horroroso; le parecía extremadamente corta, y la pequeña puerta por donde desaparecía Tónica todas las noches estaba ya a la vista. Para mayor desgracia, la joven seguía hablando; pero Juanito tembló, pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de pocos minutos por culpa de su timidez, y al fin se sintió hombre.

Reynaba entónces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo orígen venia de la Escitia, y establecido luego en las Indias á influxo de los bracmanes, amenazaba todo el Oriente.

Cuando vean mis ojos quebrados, cuando toquen mi mano seca y fría como el mármol... MANRIQUE. ¡No me atormentéis, por piedad! AZUCENA. ¿Oyes? ¿Oyes ese ruido? Mátame... pronto, para que no me lleven a la hoguera. ¿Sabes qué tormento es el fuego? MANRIQUE. ¿Y tendrán valor? AZUCENA. ; lo tuvieron para mi madre; debe ser horroroso ese tormento...¡La hoguera!

Amigo mío, proporcióneme usted un hombre con quien romperme el alma. ¿Tiene usted <i>spleen</i>? Horroroso. Y yo. Los españoles también solemos padecer esa enfermedad. Es muy raro. En buena ocasión me ha salido usted hoy al encuentro. ¿Por qué? Porque tenía una mala tentación.

Todo eso es horroroso le dije un día, tanto, que si hubiera de salvar yo alguna casa de esta ciudad de réprobos, sólo una señalaría en blanco. ¿La de usted? preguntó Magdalena. La mía precisamente para salvarme con usted. Al oír tales y tan rudos anatemas, Magdalena solía sonreír tristemente.

Más de un año transcurrió de esta manera. El 9 de Termidor abriéronse las prisiones y fue libre mi padre. Los viejos y enfermizos parientes de mi madre, volvieron también a mi casita, y poco después murieron tranquilamente en su propio lecho, que no fue poca suerte. El horroroso temporal había pasado sobre ellos. Ninguno de sus hijos había perecido durante aquel huracán revolucionario.