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Hojeando los periódicos que había sobre el velador del centro, cayó en sus manos el último número de El Joven Sarriense. Casi nunca lo leía. Por más que estuviese apartado de la lucha feroz de los bandos, odiaba a los del Camarote. Luego temía encontrarse con injurias a su suegro, que le excitaban la cólera.

«Usted dirá repitió él, hojeando los cuadernillos de billetes como si fueran libritos de papel de fumar . Mi parecer es que usted, por quien es y por la posición que ocupará, no debe seguir viviendo en aquella casa.

Tiene á su madre contestó Clara, bajándose para recoger una cosa que no se le había caído; su madre, que es una cariñosa mujer, muy santa y muy buena. Pues ya ... Bien se conoce que así había de ser afirmó Paula, hojeando al santo. Me figuro que será una mujer excelente. Así es. Bien merece ese joven que se le proteja. Cuando el alma es buena ... ¿Quien no pecará alguna vez?

Hojeando los libros canónicos de defunciones de aquel pueblo, correspondientes á los meses de Abril y Mayo del año 1772, y fijándose en las páginas que empiezan en el asiento 28, se verá el tristísimo cuadro de las más encarnizadas hecatombes que registra la historia de la viruela.

El maestro de Tianì, continuó el secretario hojeando unos papeles, solicita se le mejor local para... ¿Qué más local si tiene un camarin para él solo? interrumpió el P. Camorra que había acudido olvidándose ya del tresillo. Dice que está destechado, repuso el secretario, y que habiendo comprado de su bolsillo mapas y cuadros, no puede esponerlos á la intemperie...

Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros.

No, no es esto; á ver esto otro dijo hojeando más: Es, pues, esta oración una centellica que comienza el Señor á encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo. Vamos, tampoco es esto. No he de encontrar hoy el pasaje. Sigamos, hermana, en nuestro rezo. Empezó formalmente el rosario.

Una mañana se presentó en casa el doctor Sarmiento; iba muy de prisa, muy de prisa; llamó a la puerta, y dijo a señora Juana: ¿Rodolfo? ¿No está en casa? Pues ¡ea! decirle que le espero esta noche... que le necesito... ¿eh? No me hice esperar. El facultativo estaba en su gabinete, hojeando no qué libracos. Vaya, muchacho, llegas a buena hora. Cenarás conmigo.

Adelantose con prontitud el caballero impaciente. Y volvió a reinar el mismo silencio. El joven flaco siguió hojeando el libro de estampas, que era un tratado de indumentaria, sin hacerse cargo del minucioso examen a que le estaban sometiendo las dos señoras del diván. Era casi imberbe, dado que el tenue bozo que sombreaba su labio superior no merecía en conciencia el nombre de bigote.

A los cinco minutos de imaginarlo entraba Pateta en el comedor, donde, terminado el almuerzo, conversaba la familia tranquilamente antes de que Pepe marchase a su trabajo; doña Manuela y Leocadia estaban doblando el mantel, don José haciendo pitillos y Tirso hojeando un libro.