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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
A la salida de los callejones en que se abisman las tempestades, hay pendientes tan barridas por su áspero aliento, que árboles y arbustos se detienen ante él, como se pararían ante una muralla de hielo. En otras partes varía la vegetación según lo escarpado de las fragosidades.
En otros, los peñascos graníticos se presentan desnudos, ennegrecidos, destrozados por enormes grietas verticales, de cuyas bocas surgen mil torrentes ó cascadas, ó salpicados de manchas de pinos y abetos enanos, cuya tinta sombría hace el mas soberbio contraste con la vastísima sábana de hielo que va á perderse en las vagas perspectivas del cielo.
¿Qué me ha hecho la Santidad?... Se lo diré a usted, sí señor, se lo diré a usted. Pío Nono me era... hasta simpático... reconocía en él un hombre de buena fe.... Pero la infalibilidad ha puesto entre los dos una muralla de hielo; un abismo que no se puede salvar.... ¡Un hombre infalible! ¿Comprende usted eso, Ronzal? Sí, señor, perfectamente. Es la cosa más clara.... Pues explíquemelo usted.
Hasta en medio del estío, cuando el soplo de los vientos cálidos ha fundido todas las nieves, enormes montones de hielo, encerrados en los valles altos, constituyen todavía un invierno local, que el contraste hace más raro.
Y aquella mujer parecía una estatua de hielo, en medio de la involuntaria voluptuosidad que emanaba de todo su conjunto. Volvimos a tomar la gran Avenida. Fernanda y don Benito habían desaparecido. Alejandro, desde el pescante de nuestro coche, me hizo una seña que significaba que la pareja estaba allí. Y, en efecto, nos acercamos y Fernanda y don Benito estaban en el cupé.
25 ¿Quién repartió conducto al turbión, y camino a los relámpagos y truenos, 28 ¿Por ventura la lluvia tiene padre? ¿O quién engendró las gotas del rocío? 29 ¿Del vientre de quién salió el hielo? Y la helada del cielo, ¿quién la engendró? 30 Las aguas se endurecen a manera de piedra, y se congela la faz del abismo.
Los reconoció al fin; eran marineros de los Estados Unidos, un batallón de fusileros de la flota que iba á Italia para que la bandera de las rayas y las estrellas representase á la gran República en las cumbres de hielo de los Alpes y en los pantanos ardorosos del Véneto.
Las dos ancianas se irguieron y tendieron a Nucha los brazos con movimiento tan simultáneo que no supo a cuál de ellas atender, y a la vez y en las dos mejillas sintió un beso de hielo, un beso dado sin labios y acompañado del roce de una piel inerte.
Así en el último ejemplo se dice que al hielo seguirá la perdicion de los frutos; pero no que si se pierden los frutos haya hielo; porque no se afirma que los frutos no puedan perderse por otras causas. Poco diré sobre las formas de argumentacion. Los dialécticos las han distribuido en muchas clases, y señalándoles abundantes reglas, todo con mucho ingenio.
«¡Y qué cortinas! decía Bou tocándolas de un modo irreverente con el roten . Esta gente no gusta de tener frío. ¡Toma!, el frío se ha hecho para el pobre obrero que anda sin trabajo por las calles. Eso es, hay dos Dioses, el Dios de los ricos que da cortinas, y el Dios de los pobres que da nieve, hielo.
Palabra del Dia
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