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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Pero en Jerez, el rico estaba sobre el pobre a todas horas, para hacerle sentir su influencia. Era un centauro rudo, orgulloso de su fuerza, que buscaba el combate, se embriagaba en él y gozaba desafiando la cólera del hambriento, para domeñarle como a los potros salvajes en el herradero. El rico de aquí es más gañán que el trabajador decía Salvatierra.
Como árbol que dió sombra en el desierto, Cual la estrella guiadora en viage incierto, Como las horas de la verde edad, Como agua clara al viajador sediento, Cual pan sabroso para el labio hambriento, Así recordaré yo tu beldad.
Durante la prosaica operación, conversaba con las astillas y los carbones, y sirviéndose del fuelle como de un conducto fonético, les decía: «Voy a tener otra vez el gusto de dar de comer a ese pobre hambriento, que no confiesa su hambre por la vergüenza que le da... ¡Cuánta miseria en este mundo, Señor! Bien dicen que quien más ha visto, más ve.
Lo que sé es que os ama con toda su alma, pero no sé cómo. ¿Lo sabéis vos? No por cierto: á veces me mira como un amante, á veces como un padre; á veces hay cólera en sus ojos, á veces odio. ¡Misterios siempre! Un día, hace tres años, me encontré al tío Manolillo acurrucado como un gato que se encuentra huído y receloso, y hambriento en desván ajeno, en una galería obscura de palacio.
Lo copiado da idea harto exacta de aquellos sucesos, que tuvieron término al tercer día ó sea el 10 de Marzo, en que se libró una verdadera batalla en las calles, entre el pueblo hambriento y las autoridades y los nobles, cuyos resultados fueron funestos para los amotinados, pues la fuerza armada los venció y en la refriega perecieron muchos infelices de los que se habían alzado pidiendo pan.
La pobre creía encontrarlo en mí, señorito hambriento que hablaba de cosas que ella no podía entender. Mi vida floreció por vez primera; conocí la alegría, la verdadera alegría, durante unos meses; luego, el idilio acabó en el hospital.
Obdulia, que disimulaba mal su aburrimiento mientras se hablaba de cuadros, ojivas, arcos peraltados, dovelas y otras tonterías que no había entendido nunca, se animó con la presencia del Magistral de quien era hija de confesión, por más que él había procurado varias veces entregarla a don Custodio, hambriento de esta clase de presas.
Y tirando del cinturón para correr la hebilla unos cuantos puntos, acallaban de este modo el estómago hambriento y seguían adelante con el mosquete al hombro, el talle gentil y la ilusión aleteando ante sus ojos. El oro, que huía de ellos en las cumbres, los aguardaba sin duda en los profundos valles de asfixiadora torridez, como rayos de sol petrificados por el suelo ardiente.
Y cuando me dijo quién era, vi por primera vez abrirse ante mí una nueva vida... entonces... entonces... ¡oh, señor! sí, estaba hambriento, desnudo y sin recurso, cuando iba a robar su bolsillo; me sentía solo en el mundo, infeliz y desesperado, cuando quise robar la ternura de un padre dolorido. El anciano permanecía imperturbable.
Las afirmaciones candorosas del muchacho, hambriento de saber, hacían reflexionar a Salvatierra. Tal vez este inocente veía más claro que ellos, los hombres endurecidos en la lucha, que pensaban en la propaganda por la acción y en las rebeldías inmediatas.
Palabra del Dia
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